jueves, 17 de noviembre de 2011

"Jardín interior"

Una de las ventajas de la convalecencia es que se hacen excepciones y, para Lorenzo, aplicó la excepción a la regla.
Después de varios días de permanecer juntos en casa y de que él iniciara cortas caminatas entre los patios y el interior de la casa, me llegó el día de dejarlo sólo por más de tres horas. Con un clima tan cambiante y en el afán de que no se aburriera permaneciendo en un solo lugar durante mi ausencia, la entrada de la estancia quedó abierta y el colchón adicional dispuesto por si quería reposar en el fresco de la sala.
La noche nos sorprendió y, con cierta ansiedad por saberlo sólo, crucé los patios llamándolo pero, Lorenzo, no salió. Eso aumentó mi inquietud en los últimos metros para llegar a la puerta de la casa. Un silencio extraño se percibía en la habitación oscura. . . entonces escuché algo parecido a un resuello.
Dando el primer paso a través del marco, encendí la luz y. . . ¡ahí estaba!
En medio del follaje de una palmilla despeinada y con el tronco entre las manos, Lorenzo levantó las cejas y se quedó inmóvil. El piso de la estancia, como un piso nevado, pero de tierra suelta, no alcanzaba a mostrar su color ladrillo y, como decoración, pequeñas hojas de todas las formas y tonos verdosos, tapizaban el tono chocolate que dominaba el improvisado jardín interior.
El pelaje de Lorenzo, antes moteado de negro, ahora combinaba las manchitas terrosas y una que otra hoja que, húmeda y ensalivada, se le había pegado al cuerpo.
-¡Lorenzo! ¿Quién fue?- grité. En una mezcla de horror y risas, lo vi salir imitando el tamaño de un chihuahueño pero, obvio, sin dejar la última ramita que tenía pendiente por deshojar.
Casi dos horas me tomó levantar las macetas rotas y vacías, barrer la tierra que no perdonó ni sillones ni mantel y las hojas que, como confeti, se habían metido en cuanto rincón pudieron. Tiempo suficiente para pensar que, ¡nunca debo menospreciar la capacidad de recuperación del espíritu de un perro como Lorenzo!
¿Y Lorenzo?, se preguntarán. . . ¡Terminó de deshojar la vara en la suavidad de su colchón y se echó a dormir!

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