miércoles, 19 de octubre de 2011

"Quebranto"

Guardé mi rabia tras la puerta por varios días, los mismos, en que Lorenzo pareció haber enmudecido y yacía inmóvil, casi muerto.
Bien podía recordar las primeras noches después de la cirugía y, podía ver que esta vez, no era igual. En aquel entonces, cuando entrábamos a verlo, Lorenzo parecía sonreírnos con los ojos. Era como si, con ese gesto, el manso grandulón tratara de alentarnos, darnos ánimo.
Mi preocupación creció cuando, a pesar de mi insistencia, mi querido amigo se negaba a levantar la cabeza o probar alimento.
¿Qué había ocurrido en ese encarnizado encuentro de gigantescos machos? ¿Sería que, Lorenzo, se había dejado convencer de que sería un inválido o débil el resto de sus días? ¿Habría yo anulado sus instintos con tanto mimo? ¿Acaso la furia de aquellas fauces, enrojecidas de instinto, habían quebrantado algo más que sus carnes?
Por más que le hablaba y lo acariciaba, con respiración penosa, mi Lorenzo ni siquiera me miraba.
¿Dónde estaba su espíritu guerrero?, me preguntaba, confundida y entre lágrimas.
-¡No te canses de luchar, Lorenzo!- le repetía, mientras acariciaba entre los pequeños espacios de pelo blanco que habían quedado entre sutura y sutura.
Por noches y días, lo espié con la esperanza de encontrarlo levantado o comiendo pero, ¡nada! Era cierto. . . mi aguerrido e incansable compañero se había rendido.
A pesar de su indiferencia, puntual, lavé y curé sus heridas. Ni siquiera el jabón corriendo por su carne viva lo alteraban. ¡Qué tristeza, qué dolor era ver su espíritu entristecido!

lunes, 17 de octubre de 2011

"Extranjero"

No es casualidad que, por semanas, haya dejado de escribir sobre Lorenzo. A veces no es bueno escribir a mitad de la tormenta y es necesario dejar que los vientos emocionales cesen antes de liberar los pensamientos.
Hace ya algunas semanas, cuando por fin Lorenzo retomaba su alegría y su paso, nos llegó un extranjero del que prefiero no revelar su nombre para no atar, como en cola de cometa, el sentimiento de enojo de otros, a los míos.
Llegando al criadero una mañana, me anunciaron el desastre: Lorenzo había sido atacado por el extranjero y, con instintos alebrestados, los otros machos lo imitaron.
La imagen de Lorenzo sobre la mesa de cirugía, con más heridas de las que pude alcanzar a contar antes de soltar el llanto, engendró en mí un sentimiento mezclado de dolor e indignación. ¿Cómo era posible que mi Lorenzo, otra vez, yaciera herido y sufriendo?
Con paciencia, el veterinario limpiaba y suturaba, una a una, las heridas mientras yo luchaba por recuperarme de la frustración.
Sin pregunta de por medio, fui a mi casa para preparar un lugar de reposo para mi querido amigo. Sábanas limpias, el colchón desinfectado, antibióticos, anti inflamatorios y analgésicos, todo, quedó listo en unas cuantas horas.
A diferencia de los últimos días, su entrada a casa no me hizo sonreír pues lágrimas, de dolor y rabia, brotaban sin control.
Gimiendo, Lorenzo recorrió los patios muy lentamente para llegar al mismo lugar en donde, apenas unos meses atrás, fuera el refugio y nido de su recuperación. Había vuelto a casa y, otra vez. . . herido.