El movimiento de un metrónomo a velocidad de alas de colibrí, sin duda, puede generar en un pianista la tensión al seguir al director con el movimiento de sus dedos.
Y, ayer al salir a casa, logró que mi corazón también se acelerara trayendo una increíble emoción solo que, en lugar de metales y maderas activados por una cuerda y movidos por engranes, el mío, mi metrónomo, tenía la forma de un Gran Danés blanco y ojiazul. Y la varita batiéndose no era otra cosa que ¡la cola de Lorenzo!
Porque, sí, Lorenzo, después de casi cuatro meses, por primera vez, ¡movió la cola para mostrar su regocijo!
Tal vez para cualquier perro el gesto es tan rutinario que ya nadie lo mira con asombro. Para nosotros, la familia de Lorenzo, es el resultado de semanas y semanas de cuidados, esfuerzos, caminatas forzadas, terapias de acupuntura y natación, fomentos y más, muchas cosas más.
¡Ay, cómo no soy un perro para mover locamente el rabo y compartir su logro, su alegría!
Si hoy yo fuera un perro, además de elegir ser Gran Danés, elegiría ser Lorenzo. Un valiente entre valientes que, ni con todo el sufrimiento, se ha dejado despojar de su carácter dulce, jovial y alegre.