Un incansable afán por fastidiar al otro, demandar atención inmediata
a gritos, tropezar con los muebles por no ser capaz de controlar sus nuevas
dimensiones, cambios de humor y un continuo acecho a los límites que creía
estaban bien entendidos y cimentados, son sólo algunas de las pruebas que tengo
para decir que, si Lorenzo fuera humano e hiciera caso a la regla de los “sietes”,
¡sería un adolescente confirmado!
Y estoy segura que, si el padre de algún adolescente lee este mensaje,
comprenderá que esa etapa representa el momento en que los padres se gradúan en
el tema de la paciencia y la tolerancia. En el caso de Lorenzo, para el caso, ¡es
igual!
Los tiempos de mimos y respuestas obedientes han quedado en la
historia para dar paso a nuevas escenas. Un mantel desgarrado y cubierto de
pedacitos de cerámica que aún recuerdan su anterior imagen en forma de frutero,
son el nuevo saldo de unas horas “sólo en casa”. La historia, como todo pasaje
de la adolescencia, se llena de supuestos y la verdad jamás aflora. ¿Tiró el
frutero al corretear al gato, en mi ausencia? ¿El aburrimiento sembró el
interés por comer uvas y manzanas? ¿La curiosidad le hizo subir a la mesa para
ampliar sus horizontes? Creo que, esas y muchas otras, serán preguntas que
jamás tendrán respuesta.
Lo que sí sé es que, habiendo dejado atrás los días de “mascota única”
y en el aprendizaje de convivir con Oreo, la gatita que llegó a la familia,
Lorenzo ahora se entretiene buscando nuevas formas de molestarla (lo que
recuerda la escena de los hermanos que, en el asiento de atrás, toman toda
oportunidad posible para desquiciar al otro). No hay regaño, castigo o amenaza
que lo haga olvidar el propósito al que ha consagrado sus momentos de ocio. Y,
siguiendo las reglas de todo adolescente rebelde, enfrenta nuestros reclamos
con sonoros ladridos para defender sus derechos.
Sí, Lorenzo está en la adolescencia, llevando mi paciencia al lindero
del precipicio a cada paso, entretenido
en ensayar pasajes secretos de los límites conocidos y enloqueciéndome por
ratos pero, a pesar de todo, ¡que divertido y cuánto disfruto que sea parte de
mi vida!
¡Ay, Lorenzo!, como todo lo vivido sé que. . . Esto, también pasará (y
espero sea muy pronto).