lunes, 21 de noviembre de 2011

"Escándalo"

Atendiendo los reclamos en la planta baja, mi esposo y yo, con las marcas de la almohada aún en los rostros, salimos de casa para pasear con Lorenzo. Era como aquellos días en que nuestros hijos pequeños daban terminado el tiempo de dormir las mañanas del sábado y exigían ponernos en movimiento agobiados por el exceso de energía.
Correa en mano y la rigurosa bolsa para cualquier “eventualidad” fuera de casa, iniciamos el recorrido hacia el parque más cercano. Con las heridas cicatrizadas, era el primer paseo por un lugar público en nuestra colonia, en la ciudad.
Bastó media cuadra para que un coro desaforado ladrara al unísono. Con los olfatos atentos, los perros del vecindario detectaban el olor de alguien ajeno. No faltó el can que, con el privilegio de una reja abierta, pudo ver pasar la figura en cuatro patas de más de un metro de altura y denunciar su presencia con fuertes ladridos. ¿O sería eso una bienvenida? No lo sé. . . ¡no domino el idioma de los perros!
Mientras caminamos bajo los árboles admirando el andar, cada vez más estético de Lorenzo, la gente a nuestro pasó no perdió la oportunidad de lanzar un piropo a su belleza o una broma alusiva a su tamaño. Y, sabiéndose admirado, Lorenzo correspondió agitando la cola, movimiento re-estrenado un día antes y nosotros, cual padres orgullosos de las gracias del retoño, sonreíamos agradecidos.
Un sueño me picó el corazón, casi como un calambre. ¿Podrían, algún día, aquellos ladridos y cumplidos convertirse en ovaciones y aplausos al paso de Lorenzo por alguna pista?
Con el levantar de un hombro por respuesta, continuamos nuestro caminar segura de que, si jamás se materializaba ese anhelo, Lorenzo tendría de mí, siempre, un jubiloso aplauso por sus logros.

jueves, 17 de noviembre de 2011

"Jardín interior"

Una de las ventajas de la convalecencia es que se hacen excepciones y, para Lorenzo, aplicó la excepción a la regla.
Después de varios días de permanecer juntos en casa y de que él iniciara cortas caminatas entre los patios y el interior de la casa, me llegó el día de dejarlo sólo por más de tres horas. Con un clima tan cambiante y en el afán de que no se aburriera permaneciendo en un solo lugar durante mi ausencia, la entrada de la estancia quedó abierta y el colchón adicional dispuesto por si quería reposar en el fresco de la sala.
La noche nos sorprendió y, con cierta ansiedad por saberlo sólo, crucé los patios llamándolo pero, Lorenzo, no salió. Eso aumentó mi inquietud en los últimos metros para llegar a la puerta de la casa. Un silencio extraño se percibía en la habitación oscura. . . entonces escuché algo parecido a un resuello.
Dando el primer paso a través del marco, encendí la luz y. . . ¡ahí estaba!
En medio del follaje de una palmilla despeinada y con el tronco entre las manos, Lorenzo levantó las cejas y se quedó inmóvil. El piso de la estancia, como un piso nevado, pero de tierra suelta, no alcanzaba a mostrar su color ladrillo y, como decoración, pequeñas hojas de todas las formas y tonos verdosos, tapizaban el tono chocolate que dominaba el improvisado jardín interior.
El pelaje de Lorenzo, antes moteado de negro, ahora combinaba las manchitas terrosas y una que otra hoja que, húmeda y ensalivada, se le había pegado al cuerpo.
-¡Lorenzo! ¿Quién fue?- grité. En una mezcla de horror y risas, lo vi salir imitando el tamaño de un chihuahueño pero, obvio, sin dejar la última ramita que tenía pendiente por deshojar.
Casi dos horas me tomó levantar las macetas rotas y vacías, barrer la tierra que no perdonó ni sillones ni mantel y las hojas que, como confeti, se habían metido en cuanto rincón pudieron. Tiempo suficiente para pensar que, ¡nunca debo menospreciar la capacidad de recuperación del espíritu de un perro como Lorenzo!
¿Y Lorenzo?, se preguntarán. . . ¡Terminó de deshojar la vara en la suavidad de su colchón y se echó a dormir!

viernes, 11 de noviembre de 2011

"¿Sigues ahí?"

Tres días y tres noches pasaron sin que Lorenzo cruzara por la puerta más que para lo indispensable y, estoy segura, lo hacía cuando mis ojos que lo espiaban no lograran mirarlo. Cada vez que entraba, sin falta, cerraba los ojos y con ella, mi esperanza de que volviera a luchar.
El cuarto día, al entrar para revisar sus heridas y tomar su temperatura, el corazón me dio un tumbo: ¡Lorenzo no estaba!
-¡Lore!- grité y, al girar la cabeza para correr hacia la puerta, una sombra blanca con un andar lento iba hacia mí. Lorenzo, ¡mi Lorenzo, volvía a la batalla!
Los ojos, con algo parecido a una sonrisa y un ligero vaivén de la cola, terminaron de turbar el ritmo de mi corazón y, su imagen, se desdibujó a través de la cortina de lágrimas que se acumuló en mis ojos.
Arrodillada, esperé a que mi bello grandulón blanco, ahora teñido por doquier de las machas plateadas de medicamento, llegara para reposar su cabeza sobre mis rodillas y, suavemente, rodeé su enorme cabeza con mis brazos poniendo mi corazón sobre su frente.
-Si tú estás listo para continuar la lucha, mi Lorenzo, yo también. . .- le susurré para evitar que mi voz lastimara con su roce las heridas.
Las precauciones para evitar una infección nos confinaron a un encierro en el que, como aquellos días de su resurrección, caminamos lentamente los tiempos de dolor, mismos, en los que nos acompañamos con paciencia y un raudal de mimos.
Casi tres semanas pasaron hasta que, la última herida que requirió varias revisiones y lavados, además de una última cirugía, se cerró. Pero sólo fueron dos las que, su espíritu guerrero, necesitó para revitalizarse y recobrar la ternura en sus ojos, la alegría del  rabo y un caminar, casi, danzarín.
Lorenzo, sin saberlo, me preparaba para enfrentar una lección aún mayor. . . el valor y la paciencia para sobreponerse de una segunda caída pero. . . de mi madre.

miércoles, 19 de octubre de 2011

"Quebranto"

Guardé mi rabia tras la puerta por varios días, los mismos, en que Lorenzo pareció haber enmudecido y yacía inmóvil, casi muerto.
Bien podía recordar las primeras noches después de la cirugía y, podía ver que esta vez, no era igual. En aquel entonces, cuando entrábamos a verlo, Lorenzo parecía sonreírnos con los ojos. Era como si, con ese gesto, el manso grandulón tratara de alentarnos, darnos ánimo.
Mi preocupación creció cuando, a pesar de mi insistencia, mi querido amigo se negaba a levantar la cabeza o probar alimento.
¿Qué había ocurrido en ese encarnizado encuentro de gigantescos machos? ¿Sería que, Lorenzo, se había dejado convencer de que sería un inválido o débil el resto de sus días? ¿Habría yo anulado sus instintos con tanto mimo? ¿Acaso la furia de aquellas fauces, enrojecidas de instinto, habían quebrantado algo más que sus carnes?
Por más que le hablaba y lo acariciaba, con respiración penosa, mi Lorenzo ni siquiera me miraba.
¿Dónde estaba su espíritu guerrero?, me preguntaba, confundida y entre lágrimas.
-¡No te canses de luchar, Lorenzo!- le repetía, mientras acariciaba entre los pequeños espacios de pelo blanco que habían quedado entre sutura y sutura.
Por noches y días, lo espié con la esperanza de encontrarlo levantado o comiendo pero, ¡nada! Era cierto. . . mi aguerrido e incansable compañero se había rendido.
A pesar de su indiferencia, puntual, lavé y curé sus heridas. Ni siquiera el jabón corriendo por su carne viva lo alteraban. ¡Qué tristeza, qué dolor era ver su espíritu entristecido!

lunes, 17 de octubre de 2011

"Extranjero"

No es casualidad que, por semanas, haya dejado de escribir sobre Lorenzo. A veces no es bueno escribir a mitad de la tormenta y es necesario dejar que los vientos emocionales cesen antes de liberar los pensamientos.
Hace ya algunas semanas, cuando por fin Lorenzo retomaba su alegría y su paso, nos llegó un extranjero del que prefiero no revelar su nombre para no atar, como en cola de cometa, el sentimiento de enojo de otros, a los míos.
Llegando al criadero una mañana, me anunciaron el desastre: Lorenzo había sido atacado por el extranjero y, con instintos alebrestados, los otros machos lo imitaron.
La imagen de Lorenzo sobre la mesa de cirugía, con más heridas de las que pude alcanzar a contar antes de soltar el llanto, engendró en mí un sentimiento mezclado de dolor e indignación. ¿Cómo era posible que mi Lorenzo, otra vez, yaciera herido y sufriendo?
Con paciencia, el veterinario limpiaba y suturaba, una a una, las heridas mientras yo luchaba por recuperarme de la frustración.
Sin pregunta de por medio, fui a mi casa para preparar un lugar de reposo para mi querido amigo. Sábanas limpias, el colchón desinfectado, antibióticos, anti inflamatorios y analgésicos, todo, quedó listo en unas cuantas horas.
A diferencia de los últimos días, su entrada a casa no me hizo sonreír pues lágrimas, de dolor y rabia, brotaban sin control.
Gimiendo, Lorenzo recorrió los patios muy lentamente para llegar al mismo lugar en donde, apenas unos meses atrás, fuera el refugio y nido de su recuperación. Había vuelto a casa y, otra vez. . . herido.

jueves, 22 de septiembre de 2011

"Metrónomo"

El movimiento de un metrónomo a velocidad de alas de colibrí, sin duda, puede generar en un pianista la tensión al seguir al director con el movimiento de sus dedos.
Y, ayer al salir a casa, logró que mi corazón también se acelerara trayendo una increíble emoción solo que, en lugar de metales y maderas activados por una cuerda y movidos por engranes, el mío, mi metrónomo, tenía la forma de un Gran Danés blanco y ojiazul. Y la varita batiéndose no era otra cosa que ¡la cola de Lorenzo!
Porque, sí, Lorenzo, después de casi cuatro meses, por primera vez, ¡movió la cola para mostrar su regocijo!
Tal vez para cualquier perro el gesto es tan rutinario que ya nadie lo mira con asombro. Para nosotros, la familia de Lorenzo, es el resultado de semanas y semanas de cuidados, esfuerzos, caminatas forzadas, terapias de acupuntura y natación, fomentos y más, muchas cosas más.
¡Ay, cómo no soy un perro para mover locamente el rabo y compartir su logro, su alegría!
Si hoy yo fuera un perro, además de elegir ser Gran Danés, elegiría ser Lorenzo. Un valiente entre valientes que, ni con todo el sufrimiento, se ha dejado despojar de su carácter dulce, jovial y alegre.

lunes, 19 de septiembre de 2011

"Recordando"

La acupuntura, terapia aplicada como una forma de estimular los músculos y el recuerdo al cerebro para reconectar con los cuartos traseros, está logrando que Lorenzo, poco a poco, recuerde quién es: Un poderoso Gran Danés de cuatro patas, porte gallardo y capaz de correr, trotar y retozar con vitalidad, con gracia.
Para evitar el dolor, recién ocurrido el accidente, su cuerpo aprendió a ignorar los miembros dañados, desconectándolos y así sobrevivir el sufrimiento. . .sin ellos. Ahora, ya es momento de recobrar lo que es suyo, recordar quién es para continuar y desarrollar todo su potencial. Ya no debe mutilar más su verdadera imagen. No es necesario que se cuele por la vida con paso lisiado. Es tiempo de erguirse y volver a andar con paso firme.
Lorenzo, mi Lorenzo, ¡lo estás haciendo!Y yo quiero seguir tu ejemplo. Abro mis baúles y comienzo a revisar todas esas partes de mi vida, esos proyectos atorados y esos anhelos abortados decidida a recordar que, siempre, es tiempo de hacerlos parte de mí nuevamente y continuar mi viaje para llegar a ser lo que debo ser.
Si tú lo estás haciendo, amigo mío, ¡yo también voy a intentarlo!

jueves, 15 de septiembre de 2011

"¡Sin correr!"

A muchos, seguramente, les parecería un acto de compasión el permitir que Lorenzo trotara durante sus paseos terapéuticos pero, el hecho, es que lo mejor para él es la caminata lenta y pausada que le dé tiempo de hacer, una y otra vez, el movimiento que sus cuartos traseros han olvidado y que, por los músculos atrofiados, resulta muy difícil de hacer.
Aunque inicialmente disfruta de salir a caminar, al cabo de algunos minutos, su patas, comienzan a protestar por el cansancio y tiemblan por el esfuerzo. Aun así, sostengo el paso con un solo pensamiento: “Es por su bien”.
Lorenzo, dócil por naturaleza, acepta la velocidad que impongo y se aplica en el andar lento. Una que otra vez reintenta acelerar pero, a un tirón de correa, cede a mi voluntad y continúa, confiando en mi decisión. 
Al verlo, me hace pensar en lo que muchos de nosotros, como seres humanos, hacemos después de nos hemos visto envueltos en pérdidas y problemas que nos han mermado en nuestras capacidades. Intentamos correr en nuevas situaciones, aun cuando todavía no estamos listos, engañándonos y evitando practicar la forma correcta de caminar por la vida. Por precipitarnos, jamás nos recuperamos y ni corregimos los errores, marcando nuestro destino con una cojera emocional de por vida.
Hoy me está tocando a mí ayudarte a corregir tus pasos, Lorenzo, y aceptas que lo hagamos lentamente. Un día, cuando sea mi turno, serás tú, con tu recuerdo, quien frenará los míos.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

"Vanidades"

Para mi nieta el pintarse las uñas es el principio de un juego de vanidad. . . tan propio de una mujercita. Para las mujeres adultas es parte de ese toque de feminidad y elegancia, la muestra del gusto de lucir hermosa. Para Lorenzo es un trofeo, sí, un trofeo de valor y constancia.
Y, es que al perder la movilidad en sus cuartos traseros, cada paso de sus débiles patas fue un triunfo y en el intento, poco a poco, sus uñas se desgastaron marcando con su sangre el camino andado.
Mutilado, incluso, siguió caminando y ejercitándose día a día. A pesar de buscar las superficies suaves y las terapias en agua, fue inevitable que el roce las rebajara hasta casi hacerlas desaparecer. 
Cuatro meses después, cuando pensamos que habría que cauterizar el nacimiento de las uñas, los cuidados y su esfuerzo comenzaron a dar frutos. ¿Uno de ellos? ¡Las uñas, como muñones incipientes, comenzaron a crecer!
Ahora, Lorenzo, es capaz de completar el movimiento al caminar, levantando las patitas y apoyarlas totalmente sobre el piso a cada paso, y sus uñas, confieso con cierta vanidad, ¡son hermosas!

domingo, 11 de septiembre de 2011

"Jarabe tapatío"

¡Me encanta bailar!
Y no sólo eso, disfruto muchísimo el ver cómo la gente se da a la tarea de mover cada parte de su cuerpo en el intento de hacerse uno con la música y el ritmo. El resultado, casi siempre, es una sonrisa en el rostro. ¡Cuánto placer trae la danza!
Pero, ayer descubrí, no todos los bailes son con música de instrumentos. También los hay que se acompañan con la música del corazón y pueden ser la mar de alegres.
Con dos manitas o, debo corregir, manotas y dos patas cada vez más fuertes, Lorenzo bailó, por primera vez desde su accidente, lo que podría yo llamar un “jarabe tapatío”.
Al igual que los charros pasando la pierna sobre el sombrero, Lorenzo jugueteaba con sus manos sobre una pelota de hilos de colores, logrando nuevamente, que sus cuartos traseros se hicieran cargo de sus casi 60 kilos.
¡El espectáculo era fascinante y divertido! Como adolescente, que finalmente está a punto de ser, su ritmo era algo descuadrado y su facha no era como la de un bailarín de ballet pero, aún así, ¡era hermoso!
Unidos a su entusiasmo, mi esposo y yo, bailamos alrededor de él y aplaudimos su osadía. Aunque la fuerza de sus patas traseras no le permitieron prolongar su danza, sé que su corazón, al igual que el nuestro, continuó retozando contagiado de celebración.
Ese momento mágico me enseñó cuanta verdad hay en lo que Jesús algún día dijo: “Lloren con los que sufran y alégrense con los que gocen”. Lorenzo, seguimos contigo y, ésta vez, ¡alegrándonos!

jueves, 8 de septiembre de 2011

"Alabanzas"

Me gustan los días nublados, de esos donde un rayo de sol ilumina el paisaje dejando el ambiente fresco y la humedad aviva los verdes contrastando la tierra mojada. Y, parece ser, a Lorenzo también. Hoy, feliz, no dejaba de caminar, alternando uno que otro trote recorriendo los cientos de metros de tierra plana que rodean el jardín.
¡Que deleite es verlo caminar y disfrutar del movimiento otra vez! Ya han pasado tres meses desde la cirugía y, día a día, sus patas y su cadera van recordando la forma de andar.
Complacida sonrío y pasan por mi mente, en un instante, un sinfín de escenas desde que Lorenzo y yo buscamos ayuda después del accidente hasta ese cuadro con Lorenzo, bello y feliz, caminando rodeado de plantas silvestres que mezclan toda la variedad de verdes naturales.
Al girar la cabeza, Lorenzo se topa con mi mirada y se detiene. Cambia su rumbo para acercarse hasta donde yo, sin prisas, lo observo. Sólo unos metros nos separan cuando, sin dudar, se detiene para olisquear una mata de buganvilia de apenas 50 centímetros de altura y, con lo que parece casi un cuidadoso acto circense, Lorenzo se apoya en tres patas para levantar, por breves segundos y unos cuantos centímetros, la pata derecha junto al arbusto de flores moradas.
¡Lorenzo! ¡Mi Lorenzo!- grité, aplaudiendo y saltando,- ¡Acabas de levantar la pata, Lorenzo!
Festejando a solas con él, que trotó hasta mí al escuchar mis alabanzas, lo abrazó por el cuello y recordé una frase dicha en un momento histórico: “Es un pequeño paso para el hombre y un gran salto para la humanidad”.
Sus esfuerzos y valor, la perseverancia de mi hija más la esperanza a la que todos nos habíamos abrazado estaba comenzando a dar sus primeros frutos.

martes, 6 de septiembre de 2011

"Acu. . .¿qué?"

Las visitas al veterinario para la terapia de acupuntura son, por mucho, algo que Lorenzo no disfruta. Recibir descargas eléctricas, por más ligeras que sean, lo hacen reaccionar con disgusto. A pesar de eso, con enorme paciencia, permite que la veterinaria inserte las 8 enormes agujas que le ayudarán a recobrar los músculos, de la cadera y las piernas, atrofiados. Aunque en honor a la verdad, más de un par de veces le ha hecho saber que está rebasando su límite. Ella, respetuosa o un poco amedrentada, escucha el reclamo con su ladrido sordo y espera a que esté listo para continuar.
El proceso de recuperación iniciado con breves caminatas, natación y complementos vitamínicos, ahora incluye la terapia de acupuntura, que además de incómoda, lo deja adolorido por el resto del día.
Qué difícil es verlo tendido en el tapete de vaquitas, comprado por los veterinarios especialmente para él, resignado al tiempo de tortura. Con caricias y mimos, mi hija y la veterinaria, le aseguran que vale la pena y, Lorenzo, en un nuevo acto de confianza, acepta entre suspiros y miradas suplicantes.
Al terminar la terapia, de la que sale tan rápido como sus temblorosas patas le permiten, Lorenzo sube a la cajuela del auto para volver a casa. Sólo que, ésta vez, el día lo invita a un baño de sol y de brisa, algo que no podía desperdiciar.
Librando el reducido espacio entre los respaldos y el techo, Lorenzo se sienta en  los asientos traseros para, con deleite calmo, asomar la enorme cabeza por la ventana y sentir sus orejas volar al roce del viento con el auto en movimiento. ¡Que maravilloso es verlo disfrutar con tanto desenfado y sencillez!
Miro la escena y mi corazón sonríe.
“¡Tienes razón, Lorenzo!”, pienso al verlo tan plácido y gozoso, “están llegando tus días de volver a disfrutar. . . y yo contigo.”

miércoles, 24 de agosto de 2011

"Pistas"


. . .hace apenas tres meses.
Las últimas horas del día terminaron de trenzar mis emociones y, creo, una eclipsa a las otras.
¡Mañana será un gran día! Por primera vez, dos de los Gran daneses de mi hija competirán en el extranjero y marcará el inicio de sus carreras en pistas internacionales. Aunque no sé si las pistas estarán en el interior de algún centro de convenciones o en los jardines de algún lugar acondicionado para el evento, seguro tendrá para los ganadores una alfombra roja en donde posar para recibir sus galardones. ¡Que emocionante pensar en su debut!
Esta mañana, muy temprano, la caminata que es parte de la terapia de Lorenzo también fue especial pues, para evitar que se dañen los dedos de sus patas posteriores que aún necesitan mucha rehabilitación, busqué un suelo más suave y encontré un circuito marcado por el paso de la gente cubierto con una capa de tierra suave.
Makaryo e Isis, en el extranjero, caminarán sobre una alfombra roja mientras que Lorenzo, mi bello Lorenzo, camina sobre una alfombra muy distinta. ¡El corazón se hace pequeño en mi pecho y lágrimas invaden mis ojos!
A decir verdad, aún me duele pensar en el futuro de Lorenzo, ese que ya no existe y, aunque en el fondo estoy muy agradecida porque vive sin dolor. . . o mejor dicho, ¡porque vive!, en momentos como éste, no puedo ignorar esos sentimientos de nostalgia y de dolor que afloran. Y confieso que ni siquiera intento ocultarlos.
¡Mañana será un gran día!, me digo, mientras comienzo a soñar con el futuro de las próximas horas. Dos ejemplares caminaran en alfombras rojas y lucirán, no sólo lo que genéticamente es parte de su cuerpo, sino el trabajo y amor que mi hija ha puesto por meses; y, Lorenzo, sobre la alfombra de tierra, volverá a mostrar, una vez más, la belleza de su valentía y coraje, esperando como único galardón: una caricia.
Hoy, vivo siguiendo las pistas, no sólo las rojas y aterciopeladas sino las “pistas” que un perro de ojos azules sigue dándome para ayudarme a descubrir lo valioso e importante en esta vida.

martes, 23 de agosto de 2011

"Superficie"


Sentadas en un café, mi hija y yo observábamos a Lorenzo a través de la ventana quien, por reglas de restaurante, no podía acompañarnos adentro. Mientras el enorme “güero” miraba sentado a la gente pasar, nosotras conversábamos y desayunábamos sin prisa.
Por un momento, la cercanía de un grupo de personas llamó nuestra atención y nos dimos cuenta de que una mujer mayor, acompañada de la que parecía su hija, se había quedado frente a Lorenzo para hablarle y acariciarlo. Ella, con el cabello completamente blanco, pasó su mano sobre la enorme cabeza mientras él entrecerraba los ojos, complacido. “¡Pero mira que ojos tan azules tienes, precioso!”, le dijo. La voz dulce y sincera me llenó de ternura. Lorenzo, no hizo el menor intento de ponerse en pie, deleitándose con los cariños de aquella desconocida. Mi hija, a su solicitud, le entregó una tarjeta informándole que habría camadas de Lorenzo para el fin de año. Al escuchar el anuncio, la señora sonrió y guardó la tarjeta con la información en su bolso.
Hoy, dos días después, fue mi turno de hacer la caminata de rehabilitación con Lorenzo. A casi 40 días de la cirugía, ya logra hasta 30 minutos del doloroso recorrido a  pesar de que sus patas traseras aún no recuperan la masa muscular perdida y la coordinación normal. Por su enorme tamaño y sus ojos azules, poca gente puede resistir la tentación de voltear a verlo. Sólo que esa mañana, a diferencia de la mujer que lo acarició días atrás, los transeúntes, al verlo andar con un garbo extraño, desvían la vista y ya no intentan mimarlo ni acariciarlo.
Una punzada en el corazón me hiere al darme cuenta de que, siendo el mismísimo perro, la gente sólo ve su impronta, la superficie y por su prejuicio, decide no acercarse. Mientras continuamos la caminata, Lorenzo se esfuerza y, de vez en vez, mi mira para indicarme que necesita un mimo para recobrar el ánimo. 
Nuestro solitario andar me hace pensar que, muchas veces, los seres humanos hacemos lo mismo con aquellas personas que, por un incidente o de nacimiento, son distintas. ¿Acaso no las marginamos y hasta evitamos mirarlos en nuestro afán de querer ignorar su existencia? ¿No es injusto que las clasifiquemos o descartemos sin muchos remordimientos?
Sigo encontrando en Lorenzo al maestro que me recuerda con su andar rengueado: “Mira con los ojos del corazón y ¡busca en la gente más adentro para encontrar su verdadero valor! y, si te es posible, prodígales una caricia que les asegure que, su valía, no está en la superficie”.

lunes, 22 de agosto de 2011

"Tiempo"


Una nueva etapa ha comenzado en muchos ambientes de mi entorno después de los múltiples y variados eventos ocurridos recientemente. El regreso de mi hijo a casa, la instalación de la Toscana (nuestra casa fuera de la ciudad), la reapertura en la vida profesional de mi hija, la convivencia cotidiana con mis nietos ahora que puedo vivir cerca de ellos, las nuevas miras profesionales de mi esposo y, por supuesto, la recuperación de las cirugías de mi hija y de Lorenzo, también han abierto una época.
Pero, parece ser, que el instructivo y maestro sigue siendo Lorenzo. Cada uno de nosotros, en nuestro nuevo ciclo, parecemos empatar algún aspecto de nuestra vida con la del bello Gran  Danés.
Ahora que ha iniciado su etapa de recuperación, no puedo evitar disfrutar al verlo resistirse entrar a la piscina. A pesar de su disgusto, es un espectáculo ver su enorme cuerpo blanco flotando mientras mueve con tesón las cuatro patas para alcanzar la orilla y huir del agua. ¡Que placer es verlo, vivo y tan hermoso! ¿Acaso es Lorenzo el mismo perro que vi echado en el cuartito aullando de dolor, de día y de noche, por tantos días sobreviviendo al riesgo de ser sacrificado?, me pregunto.
Hoy comprendo que, por el dolor y la presión de la circunstancia, olvidé algo importante: el poder del tiempo. Porque, ¿No es con el tiempo que cierran las heridas? ¿Acaso no es también, el tiempo, el que trae aceptación al corazón que ha perdido algo o a alguien? ¿No es el tiempo el que trae nuevas esperanzas, prepara el camino para nuevos proyectos y corona de sabiduría a quienes le dan tiempo al tiempo? 
Lorenzo, por algunos meses, seguirá caminando con sus patas traseras tambaleantes y, mientras tanto, tendrá que esforzarse en su terapia acuática, sus caminatas y ejercicios. Pero, no dudo ni un momento, llegará el día en que lo veremos corretear junto a los otros perros y, también el tiempo, habrá borrado casi por completo el amargo sabor del recuerdo de aquellos momentos de angustia y dolor, dibujando en el nuevo tiempo la felicidad del porvenir.
Gracias por recordarme, Lorenzo, que los mejores proyectos, los mejores logros, las mejores relaciones, las mejores curaciones y todo tiempo mejor se forjan. . . a través del tiempo.

sábado, 20 de agosto de 2011

"Perseverancia"


Con la paciencia casi agotada por los avances tan lentos, llegó el tiempo de la perseverancia y el trabajo duro. Lorenzo, entusiasmado por trepar a la camioneta e ir de paseo, no chistó ni un segundo en seguir el ligero impulso de la correa y disfrutar el trayecto mientras llegábamos a nuestro destino.
Como toda primera vez, mi hija y yo titubeamos sobre la forma de hacer las cosas hasta que coincidimos en que, lo mejor sería, usar el chaleco de natación de mi nieto para la terapia inicial. Intuyendo que algo estaba pasando, Lorenzo decidió que mejor se retiraba e intentó salir llevándome cual papalote al final de la correa.
Haciendo uso de mi escasa fuerza e intentando persuadirlo para que me siguiera, logré llevarlo hasta la piscina en el interior de la casa e iniciar sus ejercicios para fortalecer sus cuartos traseros. Al sentirse tan cerca del agua, Lorenzo me miró casi como diciendo: ¡Soy danés, no labrador! Pero, a pesar de la compasión por sus ojitos incrédulos, lo fui empujando hasta que cayó al agua donde mi hija ya lo esperaba para sostenerlo en brazos.
Entre la sorpresa y la desesperación por huir de la torturante sensación del agua, agitó sus enormes manos empapándonos a todos mientras, con sus patas traseras, buscaba apoyo para avanzar hacia la orilla.
Mi hija, hablándole suavemente y orientándolo en el pataleo, poco a poco logró tranquilizarlo y el pataleo comenzó a tomar un ritmo más regular y pausado. A pesar de eso, puedo asegurar por la forma de salir precipitadamente del estanque, no lo disfrutó y por su manera de pasarme de largo sin siquiera voltear a verme, comprendí que estaba enfadado, ¡realmente muy enfadado!
Corriendo tras él, logré retirarle el chaleco para frotarlo vigorosamente mientras le hablaba. Pero, cual novio ofendido, ignoraba mis arrumacos sin separarse de la puerta de la camioneta a la que saltó en cuanto abrimos la portezuela.
Ese día comprendí que, no porque amemos a alguien, podemos dejar de hacer lo necesario por su bien. Y ese mismo día, también aprendí, que debía apreciar los “sís” de Lorenzo al descubrir que, también, ¡me haría saber sus “nos”!

miércoles, 3 de agosto de 2011

"Paciencia"

En menos de una semana, dos cosas se empezaron a agotar: la paciencia y la esperanza.
Aunque las veladas de lamentos y el dolor se habían ido, verlo con medio cuerpo rapado y una cicatriz que simulaba un ciempiés me llenaba de impaciencia y dudas.
Su andar más parecía el de un anciano perro que el de un cachorro de apenas 7 meses de nacido. Con su enorme estatura y el bamboleo, era como ver una torre de bloques armado por un niño, ¡siempre a punto de caer de lado!
Buscando resignación donde no la había, llené nuestro tiempo de mimos  y cuidados. La forma dócil con la que permitía que hiciéramos sus curaciones me redargüía la conciencia. ¿Cómo hacía Lorenzo para no perder su buen humor? Y su confianza llegó al extremo. ¡Ni siquiera tenía que corretearlo para tomar sus pastillas y medicinas de sabor ríspido!
Los días transcurrieron y llegó el tiempo para retirar las puntadas. En un viaje rápido a la ciudad de Querétaro, se dio la primera revisión después de la cirugía y la última curación. Complacido, el médico lo envió a casa con menos medicamentos y cuidados. Eso sí, con nuevas recomendaciones sobre la constancia y la paciencia. ¿Por qué insistían tanto en la paciencia cuando ni siquiera daba una receta para saber donde encontrarla?
Después de un aislamiento forzado para evitar infecciones y accidentes por un empellón de algún otro de los daneses, Lorenzo volvió a su casa por primera vez.
Isis, su compañera de juegos, una cachorra negra y juguetona, le salió al encuentro. Incluso el pequeño Gominolo (el “impostor”) se alegró de verlo también. La comitiva de bienvenida corrió por el jardín y, Lorenzo, como entendiendo el motivo, se entusiasmó al verlos. . . tanto que, por primera vez desde el accidente, se aventuró a seguirlos en la alegre carrera con un paso que se asemejaba a un trote saltarín.
El verlo juguetear con la cabeza y esforzarse por bailar al caminar para demostrar el gusto del regreso al hogar con su familia, me llenó de emoción y de esperanza.
Si Lorenzo era feliz, a pesar de su condición, ¿qué derecho tenía mi corazón de vivir con amargura?
Me llevé el recuerdo a casa para paladearlo como un buen café a sorbos. Verlo rodeado de quien le ayudaba a disfrutar su vida y del cariño de su dueña eran suficientes razones para recuperar los anhelos y el gozo por tener a nuestro amado Lorenzo. ¿Qué más lección de contentamiento podía darme?

martes, 2 de agosto de 2011

"Fondo"

La silla parecía endurecerse a cada minuto que pasaba en la sala de espera y mi espalda reclamaba. El tiempo pactado se prolongaba y un silencio denso sepultó las conversaciones entre mi hija y yo. A pesar del café, agua, refresco y galletas, un crujir me surgía a la altura del esternón.
Los pasos en la escalera a nuestras espaldas nos sacaron de las sillas y cuatro ojos se clavaron en el rostro del médico.
-¡Todo muy bien con Lorenzo!- anunció, frotándose las palmas, -no hubo daño en el nervio y la vértebra no presentaba tejido necrosado, afortunadamente, o hubiéramos tenido que retirar una parte del hueso. 
-¿Y, cómo ésta él?- pregunté, sintiendo que mi cuerpo se aligeró.
-Lorenzo, desde el momento en que quitamos lo que presionaba el nervio, ya está sin dolor.
Mi risita entre los dientes fue inevitable. ¡No más sufrimiento para Lorenzo!, pensé, ya no lo escucharía, con impotencia, lamentarse día y noche.
-Entonces, ¿va a estar bien? ¿Ya no tiene riesgos?- asalté nuevamente al médico, sin despegar mis ojos de su rostro, por si algún gesto delatara que hubiera una verdad oculta.
-Sí, Lorenzo estará muy bien- dijo sonriendo,- pero, el camino es largo y de mucho, mucho trabajo y constancia.
Poco más de una hora y media después, dando traspiés como quien ha tomado muchas copas de vino, Lorenzo llegó a la sala donde lo esperábamos. Sus patas traseras dudaban a cada paso y, más de una vez, pensé que caería al suelo.
El otrora bello Lorenzo lucía terrible. El verlo con media espalda totalmente rapada y una cicatriz de casi un pié de largo y nudos azulosos a cada centímetro sobre su piel rosada de antiséptico y sangre seca, hizo que un calambre recorriera toda mi piel. Mirarlo era como escuchar el rasguñar de una uña sobre el cristal.
Sosteniendo su pesada cabeza, descubrí que era cierto, la mirada de dolor ya no estaba en sus ojos ni en su respiración. Nuestro bebé gigante ya no sentía el traspasar de cientos de clavos en su espalda, aunque sus patas parecían no despertar de un sueño entumecido.
-Lorenzo es un valiente- dijo el médico asistente.
-Sí, es estoico en la forma de vivir el sufrimiento- agregó el cirujano. –Pero, va a recuperarse casi por completo, si son constantes en sus cuidados y terapias. Como ya les dije, viene mucho trabajo todavía. Esto es sólo el comienzo de su recuperación.
Lorenzo, como entendiendo que lo que seguía estaba fuera de esos muros, nos apuraba para salir y subir al auto.
No queríamos hacerlo esperar y lo acompañamos hasta que subió al auto donde se tendió para continuar el sueño de la anestesia interrumpido.
-¿Listo, Lorenzo?- le pregunté al poner el auto en marcha. Y, a pesar de su silencio, supe que lo estaba, no sólo para marcharnos sino para iniciar juntos el azaroso camino de su restauración.

sábado, 23 de julio de 2011

"Incertidumbre"

Como niña sentada en el asiento trasero del auto, tuve que contener mi impulso de preguntar “¿ya vamos a llegar?”, a riesgo de exasperar a la esposa del veterinario, la única que ocasionalmente pasaba frente a la sala de espera.

Mi impaciencia contenida lograba ponerme de pié para recorrer, por enésima vez, y leer los afiches anunciando vacunas, las etiquetas de los bultos de alimento, las imágenes en las botellas de champú y los diferentes colores de las correas colgadas en el exhibidor. ¡Ya quería llegar al final de la pesadilla! ¡Ya quería tener a Lorenzo de regreso junto a mí y que todo aquello se esfumara como se desvanece un mal sueño al despertar!
Lejos de eso, a mi mente acudía, sin descanso, la imagen de Lorenzo inconsciente por la anestesia, cubierto del líquido rojizo que entintaba su piel rosada devastada de su natural pelo blanco. Y, apuñalando mi corazón, aparecían en mi memoria sus ojitos azules mirándome antes de despedirse como preguntando, ¿a dónde dejas que me lleven ahora?
-¡No podemos evitarlo, chiquito!- le contestaba, en los secretos de mi silencio. Y, ni siquiera ahí, me atrevía a confesarle que estaba sufriendo el martirio de la cirugía sin la garantía de que sería la solución a su dolor y el punto de partida para volver a ser el de antes, un perro sano y fuerte.
Había entrado al quirófano sin saber que aún flotaba entre nosotros la incertidumbre de lo que encontraría aquella corte de médicos.
Ni el médico en jefe se atrevió a darnos la certeza de que no habría daño permanente ni secuelas. Oculto entre sus vértebras estaba la respuesta. No sería sino hasta el final de la operación que los ojos del veterinario podrían constatar si, por los muchos días de presión sobre el nervio, éste estaba muerto. Si ese fuera el hallazgo, Lorenzo no mejoraría en su condición. . . nunca más volvería a correr ni a retozar.
Como a fuego lento, la incertidumbre quemaba mi estómago y mis oraciones se redoblaban: Señor, yo te conozco y sé que tú tienes el poder. Te pido, Dios, un milagro para Lorenzo. . .

viernes, 22 de julio de 2011

"La Corte"

Apenas las 9 de la mañana y el calor ya causaba estragos a todos excepto a mí. No sólo por la cirugía de Lorenzo, mi estómago parecía un pequeño motor encendido. También, por primera vez, mi hija viajaría sentada en el auto por más de 45 minutos después de haber permanecido semanas enteras en completo reposo. A pesar de mi nerviosismo por ello, no me atreví a impedirle que nos acompañara, a Lorenzo y a mí, hasta la ciudad donde nos encontraríamos con el cirujano especialista.
Con las patas traseras zigzagueando al caminar, Lorenzo entró al consultorio cuando su olfato le recordó la visita previa. Buscando refugio detrás de su dueña, que aún evitaba su cercanía por riesgo a un empujón que pudiera provocarle daño a su columna convaleciente, el cachorro parecía intentar encoger su verdadera dimensión y así escapar al veterinario que haría de “primer ayudante” en la operación.
Calculando el momento de la llegada del cirujano en jefe, el médico ayudante, hablando a Lorenzo para ganar su confianza y tranquilizarlo, se lo llevó al consultorio para prepararlo sin prisas, cuidando la higiene en extremo.
Las memorias de semanas atrás, sentada en una sala de espera, sacudieron mi ánimo por demás tambaleante. Esta vez, pensé, tocaba el turno a mi hija de ser acompañante durante el tiempo del procedimiento.
Treinta minutos después de la hora inicialmente señalada, llegó el médico especialista. Acompañado de otros dos médicos practicantes y un ayudante, entró al hospital llevando un enorme maletín con su instrumental.  Los tres veterinarios, sumados a los tres que ya esperaban en el quirófano, aquello parecía, más que una cirugía, la corte de un rey, el rey Sol, porque. . . ¿He mencionado que Lorenzo significa “Sol”?
Todos y cada uno de los que intervendrían en la operación sabían el nombre del paciente. Incluso algunos, se referían a él con tanta familiaridad e interés que, mi infantil temor por saberlo sólo entre tantos extraños, se desvaneció.
La clínica cerró sus puertas. Los teléfonos quedaron sin atención. Todos. . . médicos, asistentes y familiares, a partir de ese momento, se unían en una sola causa común: Lorenzo.

miércoles, 20 de julio de 2011

"Refuerzos"

-¡O, Dios, concédeme el don de la ubicuidad!- oraba yo, en broma, desgastada por el estrés de no poder estar con mi hija y Lorenzo todo el tiempo que necesitaba y que deseaba para acompañarlos.
Saber, a cualquiera de los dos, pasando los minutos de espera en soledad afligían mi corazón. Y, como Dios no podía darme lo que pedía, me envió refuerzos.
Tras una riña en el criadero, donde el resto de la manada desconcertada extrañaba a su dueña, Ashley, la Gran Danesa con la que mi hija fundara su pequeña comunidad, tuvo que refugiarse en mi casa para curarse de algunas heridas.
Aunque la noticia de su llegada parecía el anuncio de que se añadiría más carga a mi abultada agenda, al paso de los días, se convirtió en una franca bendición.
La perra, como comprendiendo el dolor de Lorenzo desde que entró a mi casa, se auto asignó la tarea de confortar al amigo herido. Y él, sintiendo su cercanía, comenzó a cesar en sus lamentos y hasta, ocasionalmente, la seguía en una corta caminata por el patio.
Ashley, incluso en algunas ocasiones en que la llamaba para comer, decidía mantenerse al lado de Lorenzo. Por las noches, con sumo cuidado, se recostaba junto a él ajustando su postura a la del enorme cuerpo quebrantado.
Mi corazón se estremecía de ternura cuando, al amanecer, encontraba las cabezas de los majestuosos gigantes recargadas una contra la otra mientras sus respiraciones se mecían al mismo ritmo de paz.
¡Vaya lección de solidaridad y apoyo para iniciar el día!
Así, con Ashley reconfortando y acompañando a Lorenzo y, con la entereza del bello gigante blanco, la espera se acortaba y nuestra esperanza crecía, día a día.

sábado, 16 de julio de 2011

"Noticias"

Por sobre toda conclusión, una decisión alentaba nuestros pasos: Ni las competencias, ni los planes de crianza, ni las inversiones tenían peso frente a lo verdaderamente importante, la vida y el bienestar de Lorenzo. Con ese pensamiento compartido por mi hija, venciendo las dificultades de subir al auto y mitigar el dolor por el esfuerzo del enorme cachorro, iniciamos el viaje.
La cita con el cirujano especialista animaba nuestra esperanza que, además, creció con una nueva serie de placas previas a la entrevista.
-La displasia se descarta-, anunció el cirujano- y es evidente la fractura en la vértebra que está presionando el nervio de la médula espinal. La única opción es la cirugía.
¡Magnífica noticia escuchar que la “cirugía como única opción” descartaba a la posibilidad de tener que acabar con la vida de Lorenzo! Y las expectativas hablaban de un buen futuro: una vida tranquila, sin dolor y, en el mejor de los casos, con una movilidad “casi” normal.
A pesar de que Lorenzo yacía sobre la mesa de exploración semi-sedado, sus ojos me seguían y casi podía asegurar que compartía mi alegría por las buenas noticias.
La mala noticia, que tendríamos que esperar unos días más a que el médico volviera de una serie de conferencias para llevar a cabo la cirugía. Una espera que se volvía larga y difícil cuando mis ojos veían el sufrimiento permanente de Lorenzo, a pesar de los analgésicos y desinflamatorios.
Agotada, física y emocionalmente, tomé carretera de vuelta a casa junto con Lorenzo que aún dormía y gemía entre sueños en el compartimiento posterior de la camioneta. Con el pensamiento inquietante sobre como haría para bajarlo al llegar, recordé que, hasta ese día y sin importar la condición, Lorenzo no me había fallado y me tranquilicé al saber que contaba con su mejor esfuerzo. Y. . . así fue.
Los días y las noches pasaron entre hospitales de día junto a mi hija recién operada de la columna y veladas junto a Lorenzo tendido sobre colchonetas. Ambos, luchando para sobreponerse al dolor, esperaban con paciencia la llegada del alivio y la salud perdida.
Tomando turnos, mi esposo y yo pasábamos horas acariciando la cabeza de Lorenzo hasta el amanecer y él, agradecido, cesaba su llanto soltando de vez en vez un suspiro de alivio. Además de su cuerpo, su espíritu y su corazón sufrían de soledad, lo único que, con amor y compañía, podíamos aliviar.

miércoles, 13 de julio de 2011

"Calvario"

Lorenzo, apaciguado por la anestesia, la revisión y los cambios de postura para la toma de placas, los vivió inconsciente y. . . a solas. Con la premura de volver al hospital para atender a mi hija, tuve que dejarlo en manos de los médicos y confiar en que mi esposo lo recogiera para volver para hospedarse en mi casa.
Con instrucciones sobre el tratamiento y la confirmación de que no hubiera torsión gástrica, Lorenzo regresó con los dolores mitigados por los analgésicos. Mientras hacía una escala en la estética para un baño, los medicamentos fueron perdiendo su efecto y comenzó a estremecerse de dolor. El médico, al verlo padecer, tomó la iniciativa de revisarlo y hacer nuevas placas sugiriendo que la lesión diagnosticada como “esguince” no correspondía al grado de dolor del perro, recomendando contactar un especialista para descartar la posibilidad de una displasia de cadera de primer grado.
-¡Displasia!- se sorprendió mi hija,-¡eso implicaría que Lorenzo quedaría inservible para crianza y competencia! Además, esa es una terrible noticia para el criadero.
Su conclusión, por demás acertada, no incluía algo aún más dramático. De confirmarse la displasia, a tan temprana edad, Lorenzo tendría una expectativa de vida con permanentes dolores y, siendo un problema degenerativo, difícilmente lograría tener una calidad de vida medianamente aceptable. Ante ese panorama, por humanidad, el médico recomendaría acabar con el sufrimiento de Lorenzo durmiéndolo.
A pesar de tener que permanecer tendida en la cama del hospital, mi hija se dio a la tarea de investigar, junto con el criador extranjero, si existía algún antecedente de displasia en el linaje de Lorenzo mientras, mi esposo y yo, buscábamos al mejor especialista en México para atenderlo.
Para nuestra fortuna, en breve tiempo tres recomendaciones apuntaban hacia un mismo médico y, milagrosamente, éste visitaría Querétaro, la ciudad más cercana, en un par de días.
Con la cita configurada, medicamentos para el control del dolor y con la confirmación de que el linaje de Lorenzo era impecable de displasia comenzó la espera.
Al mirar al mermado gigante tendido en el cojín gimiendo, una imagen fatal surgía en mi mente: La guillotina de una decisión inevitable amenazando con cortar la vida de Lorenzo.

domingo, 10 de julio de 2011

"Respuestas"

Apenas unos kilómetros y ya había hecho una decena de paradas recorriendo San Juan del Río en busca de Onix, la calle que podría traernos una respuesta. En vez de eso, las respuestas que recibíamos, el taxista que intentaba guiarme y yo, sólo nos confirmaban que la mentada calle podría estar en cualquier colonia o en ninguna. El hombre del taxi viendo mi desaliento, finalmente, se atrevió a sugerirme: “Yo conozco una clínica y no está lejos. . . si quiere, vamos para allá”.
Agotadas mis fuerzas y mis opciones, acaricié la cabeza de Lorenzo que no dejaba de temblar, me monté en el auto y acepté siguiéndolo a toda velocidad en su propuesta. En cortos minutos, que me seguían pareciendo interminables, llegamos hasta una casa azul adaptada como clínica veterinaria. En cuanto entré, un joven médico me abordó y, en palabras tropezadas le expliqué mi emergencia. Adelantándose y llamando a otro muchacho a su paso, llegó hasta la camioneta y me apresuré para abrir la puerta. Ahí seguía Lorenzo, estremeciéndose de dolor. Nuestras miradas se cruzaron. Mis ojos se nublaron cuando clavó sus ojitos en los míos como diciendo: ¡Confío en ti!
El viejo reto de moverse y ponerse en pie fue necesario una vez más. Al llamado suave de mi voz, Lorenzo aulló y bajó rápidamente, cayendo sobre su cuarto trasero debilitado e incapaz de sostener sus casi 40 kilos.  Arrodillada junto a él lo abracé y, con lentitud y gemidos, se puso en pie para caminar entre tambaleos al interior del lugar.
Con manos respetuosas y firmes, el veterinario asistente comenzó a revisarlo para, minutos después, darnos la primera buena noticia: Esto no es torsión gástrica. Si fuera eso, el vientre estaría hinchado y no habría aceptado que lo palpara como lo hice. De todos modos. . .
La explicación continuó como un murmullo mientras yo, hincada frente a Lorenzo quien buscaba un poco de descanso al insoportable dolor sentándose, le acariciaba las orejas musitándole al oído: ¡Ahora tenemos tiempo, mi Lorenzo! ¡Ya tenemos más tiempo, Chiquito! ¡Es todo lo que necesitamos. . . tiempo!
El botón del cronómetro activado por la amenaza de una torsión gástrica se apagó e inició un metrónomo, de ritmo mucho más lento y al que Lorenzo me enseñaría a seguir: “La Paciencia”.

jueves, 7 de julio de 2011

"Dudas"

“Dejá vu”, me dije suspirando mientras me dirigía hacia el veterinario que, por distancia, era mi primera opción.
Los minutos de trayecto dieron tiempo a mi mente para repasar la escena: corriendo con una emergencia en total incertidumbre de lo que estaba sucediendo, con el enfermo agonizando de dolor en la parte trasera del auto. . . ¿Pensaba en Lorenzo o en mi hija? Todo comenzaba a mezclarse confundiéndose el pasado reciente y el presente.
-¡Necesito ayuda!-, anuncié en la recepción desierta de la veterinaria mientras buscaba con la mirada a alguien que me atendiera.
-¿Qué necesita?-, dijo una voz sofocada atrás de un biombo de cristal.
-Traigo a mi perro, un Gran Danés. . . no puede levantarse y tiene mucho dolor.
-Si es torsión, lo tienen que atender de inmediato o en tres horas no la cuenta- dijo nuevamente el hombre tras el cristal traslúcido.
Siguiendo el origen de la voz, busqué atrás del falso muro. Cuatro hombres con tapaboca rodeaban una mesa donde, lo que parecía un halcón, yacía acostado panza arriba con las alas extendidas.
-¿Alguno de ustedes podría revisarlo?- insistí, sintiendo como en mi mente se activaba un cronómetro en cuenta regresiva. . . ¡Tres horas! ¿Cuánto tiempo habría ya perdido para ese momento?, pensé angustiada.
-No, respondió el hombre que, volteando la cara momentáneamente, me hizo entender que era el veterinario,- estamos en cirugía y no sé cuánto más tomará. Vaya a San Juan con el médico que está en la calle de Ónix.
-¿Qué colonia? ¿Cuál es el nombre del médico?- interrogué, recibiendo por respuesta las mismas instrucciones balbuceadas bajo el cubre-boca.
Con un “gracias” entre dientes, corrí a la camioneta escuchando en mi cerebro: “Torsión gástrica. . . tres horas. . . torsión gástrica. . . tres horas. . . “
El fantasma de la “Torsión gástrica” se había colado en el auto y su presencia, sumada a los gemidos del doliente, me hacía sacudirme.
Incapaz de ubicar las direcciones, me di cuenta de lo inútil de mi prisa. La camioneta en marcha se sacudió y sólo me asaltó una conclusión: ¡Lorenzo sacudido por un último estertor!
-¡No por favor, Dios mío!- grité, orillando el auto hasta el acotamiento y, sujetándome del volante para sobreponerme al vértigo que sentía. Oré y lloré en voz alta. La cobardía se apoderó de mi voluntad y no me atreví a bajar del auto para mirar en la cajuela.
Entre gemidos, finalmente, hice lo único que mis mermadas fuerzas me permitieron.
-¿Lorenzo? ¿Chiquito, estás bien?- le pregunté entre lágrimas, -¡Por favor, Lorenzo, no te mueras. . . por favor, Chiquito!
Sólo el ronronear del auto se escuchaba y yo, clavada en el asiento, luchaba por ahogar mis gemidos para lograr oír algo que me diera una esperanza de que, Lorenzo, continuaba con vida.
Un nuevo movimiento y un suave gemido acabaron con mi duda. ¡Lorenzo seguía con vida! ¡Lorenzo no había partido!
Entre risas y llanto alabé su valor porque, eso es Lorenzo, ¡un valiente entre valientes!
-Llegaremos tan lejos como tú puedas, chiquito- le anuncié y, con renovada fe, eché a andar el auto en la búsqueda de alguien que salvara a Lorenzo.