Mientras Lorenzo se alistaba para el vuelo hacia México, una historia paralela ocurría en el Querétaro.
Un día antes de viajar a España, Gominolo, el perrito Yorkshire de mi nieto fallecía sorpresivamente de un ataque al corazón. A sus menos de 4 meses, jamás había experimentado un baño y durante el secado en la estética, murió del susto. Incapaces de anunciarle al pequeño su pérdida, tomamos la decisión de que, familiares, localizaran y compraran durante nuestra ausencia al ejemplar más parecido a Gomi.
El internet es una maravilla tecnológica pero, igualmente, ¡una trampa ideal para los engaños! A pesar de la buena voluntad y el empeño, a nuestro regreso nos encontramos con el cachorro, ¡un impostor! La raza era indescifrable. Mechones de todos los colores posibles surgían de su cuerpecito y la cara, lejos de tener algún parecido con un Yorkie, más parecía la de un pequeño vampirito peludo. Algo extrañado por el nuevo “look”, el niño se dejó convencer de que había cambiado durante su ausencia y, sin mucho preámbulo, lo aceptó y lo siguió llamando Gominolo.
Tal vez sea fácil engañar a un pequeño de 4 años pero, ¿quién explicaría a Ashley, la Gran Danesa, sobre el cuadrúpedo usurpador? Ella, compañera inseparable del cachorro original, comenzó a mirar a la nueva criatura con recelo y optó por levantar límites en su convivencia. Y lo mismo ocurrió con el resto de los habitantes caninos. ¡La suerte de Gominolo el “Usurpador” parecía echada! Y pintaba para ser tan fea como su apariencia porque, sin mentir, tal vez sea el perro más feo que se haya visto en el estado.
Pero el destino le tenía un buen regalo, un amigo paciente, aceptante y juguetón: ¡Lorenzo!
Aunque con muchos kilos más y 20 veces la estatura de Gomi, el cachorro español se convirtió en el compañero de juegos de aquel antiestético perrito híbrido.
En el jardín abierto se podía encontrar a Lorenzo echado de panza moviendo la cabeza tratando de esquivar los mordiscos en las orejas o tenderse para entretener su peludo amigo con las manos. ¡Qué escena más divertida y conmovedora!
No puedo evitar sentir algo de culpa al ver cómo Lorenzo, a diferencia mía y de mucha gente, no repara en razas, clases o niveles sociales, pues, aunque la frase diga que “hasta entre perros hay razas”, la verdad es que nuestra humanidad habría tenido mejor destino si todos hubiéramos aprendido a aceptar y amar a todo ser humano sin importar su color de piel, creencia u origen.
Para variar, ¡Lorenzo me trajo otra lección!