miércoles, 24 de agosto de 2011

"Pistas"


. . .hace apenas tres meses.
Las últimas horas del día terminaron de trenzar mis emociones y, creo, una eclipsa a las otras.
¡Mañana será un gran día! Por primera vez, dos de los Gran daneses de mi hija competirán en el extranjero y marcará el inicio de sus carreras en pistas internacionales. Aunque no sé si las pistas estarán en el interior de algún centro de convenciones o en los jardines de algún lugar acondicionado para el evento, seguro tendrá para los ganadores una alfombra roja en donde posar para recibir sus galardones. ¡Que emocionante pensar en su debut!
Esta mañana, muy temprano, la caminata que es parte de la terapia de Lorenzo también fue especial pues, para evitar que se dañen los dedos de sus patas posteriores que aún necesitan mucha rehabilitación, busqué un suelo más suave y encontré un circuito marcado por el paso de la gente cubierto con una capa de tierra suave.
Makaryo e Isis, en el extranjero, caminarán sobre una alfombra roja mientras que Lorenzo, mi bello Lorenzo, camina sobre una alfombra muy distinta. ¡El corazón se hace pequeño en mi pecho y lágrimas invaden mis ojos!
A decir verdad, aún me duele pensar en el futuro de Lorenzo, ese que ya no existe y, aunque en el fondo estoy muy agradecida porque vive sin dolor. . . o mejor dicho, ¡porque vive!, en momentos como éste, no puedo ignorar esos sentimientos de nostalgia y de dolor que afloran. Y confieso que ni siquiera intento ocultarlos.
¡Mañana será un gran día!, me digo, mientras comienzo a soñar con el futuro de las próximas horas. Dos ejemplares caminaran en alfombras rojas y lucirán, no sólo lo que genéticamente es parte de su cuerpo, sino el trabajo y amor que mi hija ha puesto por meses; y, Lorenzo, sobre la alfombra de tierra, volverá a mostrar, una vez más, la belleza de su valentía y coraje, esperando como único galardón: una caricia.
Hoy, vivo siguiendo las pistas, no sólo las rojas y aterciopeladas sino las “pistas” que un perro de ojos azules sigue dándome para ayudarme a descubrir lo valioso e importante en esta vida.

martes, 23 de agosto de 2011

"Superficie"


Sentadas en un café, mi hija y yo observábamos a Lorenzo a través de la ventana quien, por reglas de restaurante, no podía acompañarnos adentro. Mientras el enorme “güero” miraba sentado a la gente pasar, nosotras conversábamos y desayunábamos sin prisa.
Por un momento, la cercanía de un grupo de personas llamó nuestra atención y nos dimos cuenta de que una mujer mayor, acompañada de la que parecía su hija, se había quedado frente a Lorenzo para hablarle y acariciarlo. Ella, con el cabello completamente blanco, pasó su mano sobre la enorme cabeza mientras él entrecerraba los ojos, complacido. “¡Pero mira que ojos tan azules tienes, precioso!”, le dijo. La voz dulce y sincera me llenó de ternura. Lorenzo, no hizo el menor intento de ponerse en pie, deleitándose con los cariños de aquella desconocida. Mi hija, a su solicitud, le entregó una tarjeta informándole que habría camadas de Lorenzo para el fin de año. Al escuchar el anuncio, la señora sonrió y guardó la tarjeta con la información en su bolso.
Hoy, dos días después, fue mi turno de hacer la caminata de rehabilitación con Lorenzo. A casi 40 días de la cirugía, ya logra hasta 30 minutos del doloroso recorrido a  pesar de que sus patas traseras aún no recuperan la masa muscular perdida y la coordinación normal. Por su enorme tamaño y sus ojos azules, poca gente puede resistir la tentación de voltear a verlo. Sólo que esa mañana, a diferencia de la mujer que lo acarició días atrás, los transeúntes, al verlo andar con un garbo extraño, desvían la vista y ya no intentan mimarlo ni acariciarlo.
Una punzada en el corazón me hiere al darme cuenta de que, siendo el mismísimo perro, la gente sólo ve su impronta, la superficie y por su prejuicio, decide no acercarse. Mientras continuamos la caminata, Lorenzo se esfuerza y, de vez en vez, mi mira para indicarme que necesita un mimo para recobrar el ánimo. 
Nuestro solitario andar me hace pensar que, muchas veces, los seres humanos hacemos lo mismo con aquellas personas que, por un incidente o de nacimiento, son distintas. ¿Acaso no las marginamos y hasta evitamos mirarlos en nuestro afán de querer ignorar su existencia? ¿No es injusto que las clasifiquemos o descartemos sin muchos remordimientos?
Sigo encontrando en Lorenzo al maestro que me recuerda con su andar rengueado: “Mira con los ojos del corazón y ¡busca en la gente más adentro para encontrar su verdadero valor! y, si te es posible, prodígales una caricia que les asegure que, su valía, no está en la superficie”.

lunes, 22 de agosto de 2011

"Tiempo"


Una nueva etapa ha comenzado en muchos ambientes de mi entorno después de los múltiples y variados eventos ocurridos recientemente. El regreso de mi hijo a casa, la instalación de la Toscana (nuestra casa fuera de la ciudad), la reapertura en la vida profesional de mi hija, la convivencia cotidiana con mis nietos ahora que puedo vivir cerca de ellos, las nuevas miras profesionales de mi esposo y, por supuesto, la recuperación de las cirugías de mi hija y de Lorenzo, también han abierto una época.
Pero, parece ser, que el instructivo y maestro sigue siendo Lorenzo. Cada uno de nosotros, en nuestro nuevo ciclo, parecemos empatar algún aspecto de nuestra vida con la del bello Gran  Danés.
Ahora que ha iniciado su etapa de recuperación, no puedo evitar disfrutar al verlo resistirse entrar a la piscina. A pesar de su disgusto, es un espectáculo ver su enorme cuerpo blanco flotando mientras mueve con tesón las cuatro patas para alcanzar la orilla y huir del agua. ¡Que placer es verlo, vivo y tan hermoso! ¿Acaso es Lorenzo el mismo perro que vi echado en el cuartito aullando de dolor, de día y de noche, por tantos días sobreviviendo al riesgo de ser sacrificado?, me pregunto.
Hoy comprendo que, por el dolor y la presión de la circunstancia, olvidé algo importante: el poder del tiempo. Porque, ¿No es con el tiempo que cierran las heridas? ¿Acaso no es también, el tiempo, el que trae aceptación al corazón que ha perdido algo o a alguien? ¿No es el tiempo el que trae nuevas esperanzas, prepara el camino para nuevos proyectos y corona de sabiduría a quienes le dan tiempo al tiempo? 
Lorenzo, por algunos meses, seguirá caminando con sus patas traseras tambaleantes y, mientras tanto, tendrá que esforzarse en su terapia acuática, sus caminatas y ejercicios. Pero, no dudo ni un momento, llegará el día en que lo veremos corretear junto a los otros perros y, también el tiempo, habrá borrado casi por completo el amargo sabor del recuerdo de aquellos momentos de angustia y dolor, dibujando en el nuevo tiempo la felicidad del porvenir.
Gracias por recordarme, Lorenzo, que los mejores proyectos, los mejores logros, las mejores relaciones, las mejores curaciones y todo tiempo mejor se forjan. . . a través del tiempo.

sábado, 20 de agosto de 2011

"Perseverancia"


Con la paciencia casi agotada por los avances tan lentos, llegó el tiempo de la perseverancia y el trabajo duro. Lorenzo, entusiasmado por trepar a la camioneta e ir de paseo, no chistó ni un segundo en seguir el ligero impulso de la correa y disfrutar el trayecto mientras llegábamos a nuestro destino.
Como toda primera vez, mi hija y yo titubeamos sobre la forma de hacer las cosas hasta que coincidimos en que, lo mejor sería, usar el chaleco de natación de mi nieto para la terapia inicial. Intuyendo que algo estaba pasando, Lorenzo decidió que mejor se retiraba e intentó salir llevándome cual papalote al final de la correa.
Haciendo uso de mi escasa fuerza e intentando persuadirlo para que me siguiera, logré llevarlo hasta la piscina en el interior de la casa e iniciar sus ejercicios para fortalecer sus cuartos traseros. Al sentirse tan cerca del agua, Lorenzo me miró casi como diciendo: ¡Soy danés, no labrador! Pero, a pesar de la compasión por sus ojitos incrédulos, lo fui empujando hasta que cayó al agua donde mi hija ya lo esperaba para sostenerlo en brazos.
Entre la sorpresa y la desesperación por huir de la torturante sensación del agua, agitó sus enormes manos empapándonos a todos mientras, con sus patas traseras, buscaba apoyo para avanzar hacia la orilla.
Mi hija, hablándole suavemente y orientándolo en el pataleo, poco a poco logró tranquilizarlo y el pataleo comenzó a tomar un ritmo más regular y pausado. A pesar de eso, puedo asegurar por la forma de salir precipitadamente del estanque, no lo disfrutó y por su manera de pasarme de largo sin siquiera voltear a verme, comprendí que estaba enfadado, ¡realmente muy enfadado!
Corriendo tras él, logré retirarle el chaleco para frotarlo vigorosamente mientras le hablaba. Pero, cual novio ofendido, ignoraba mis arrumacos sin separarse de la puerta de la camioneta a la que saltó en cuanto abrimos la portezuela.
Ese día comprendí que, no porque amemos a alguien, podemos dejar de hacer lo necesario por su bien. Y ese mismo día, también aprendí, que debía apreciar los “sís” de Lorenzo al descubrir que, también, ¡me haría saber sus “nos”!

miércoles, 3 de agosto de 2011

"Paciencia"

En menos de una semana, dos cosas se empezaron a agotar: la paciencia y la esperanza.
Aunque las veladas de lamentos y el dolor se habían ido, verlo con medio cuerpo rapado y una cicatriz que simulaba un ciempiés me llenaba de impaciencia y dudas.
Su andar más parecía el de un anciano perro que el de un cachorro de apenas 7 meses de nacido. Con su enorme estatura y el bamboleo, era como ver una torre de bloques armado por un niño, ¡siempre a punto de caer de lado!
Buscando resignación donde no la había, llené nuestro tiempo de mimos  y cuidados. La forma dócil con la que permitía que hiciéramos sus curaciones me redargüía la conciencia. ¿Cómo hacía Lorenzo para no perder su buen humor? Y su confianza llegó al extremo. ¡Ni siquiera tenía que corretearlo para tomar sus pastillas y medicinas de sabor ríspido!
Los días transcurrieron y llegó el tiempo para retirar las puntadas. En un viaje rápido a la ciudad de Querétaro, se dio la primera revisión después de la cirugía y la última curación. Complacido, el médico lo envió a casa con menos medicamentos y cuidados. Eso sí, con nuevas recomendaciones sobre la constancia y la paciencia. ¿Por qué insistían tanto en la paciencia cuando ni siquiera daba una receta para saber donde encontrarla?
Después de un aislamiento forzado para evitar infecciones y accidentes por un empellón de algún otro de los daneses, Lorenzo volvió a su casa por primera vez.
Isis, su compañera de juegos, una cachorra negra y juguetona, le salió al encuentro. Incluso el pequeño Gominolo (el “impostor”) se alegró de verlo también. La comitiva de bienvenida corrió por el jardín y, Lorenzo, como entendiendo el motivo, se entusiasmó al verlos. . . tanto que, por primera vez desde el accidente, se aventuró a seguirlos en la alegre carrera con un paso que se asemejaba a un trote saltarín.
El verlo juguetear con la cabeza y esforzarse por bailar al caminar para demostrar el gusto del regreso al hogar con su familia, me llenó de emoción y de esperanza.
Si Lorenzo era feliz, a pesar de su condición, ¿qué derecho tenía mi corazón de vivir con amargura?
Me llevé el recuerdo a casa para paladearlo como un buen café a sorbos. Verlo rodeado de quien le ayudaba a disfrutar su vida y del cariño de su dueña eran suficientes razones para recuperar los anhelos y el gozo por tener a nuestro amado Lorenzo. ¿Qué más lección de contentamiento podía darme?

martes, 2 de agosto de 2011

"Fondo"

La silla parecía endurecerse a cada minuto que pasaba en la sala de espera y mi espalda reclamaba. El tiempo pactado se prolongaba y un silencio denso sepultó las conversaciones entre mi hija y yo. A pesar del café, agua, refresco y galletas, un crujir me surgía a la altura del esternón.
Los pasos en la escalera a nuestras espaldas nos sacaron de las sillas y cuatro ojos se clavaron en el rostro del médico.
-¡Todo muy bien con Lorenzo!- anunció, frotándose las palmas, -no hubo daño en el nervio y la vértebra no presentaba tejido necrosado, afortunadamente, o hubiéramos tenido que retirar una parte del hueso. 
-¿Y, cómo ésta él?- pregunté, sintiendo que mi cuerpo se aligeró.
-Lorenzo, desde el momento en que quitamos lo que presionaba el nervio, ya está sin dolor.
Mi risita entre los dientes fue inevitable. ¡No más sufrimiento para Lorenzo!, pensé, ya no lo escucharía, con impotencia, lamentarse día y noche.
-Entonces, ¿va a estar bien? ¿Ya no tiene riesgos?- asalté nuevamente al médico, sin despegar mis ojos de su rostro, por si algún gesto delatara que hubiera una verdad oculta.
-Sí, Lorenzo estará muy bien- dijo sonriendo,- pero, el camino es largo y de mucho, mucho trabajo y constancia.
Poco más de una hora y media después, dando traspiés como quien ha tomado muchas copas de vino, Lorenzo llegó a la sala donde lo esperábamos. Sus patas traseras dudaban a cada paso y, más de una vez, pensé que caería al suelo.
El otrora bello Lorenzo lucía terrible. El verlo con media espalda totalmente rapada y una cicatriz de casi un pié de largo y nudos azulosos a cada centímetro sobre su piel rosada de antiséptico y sangre seca, hizo que un calambre recorriera toda mi piel. Mirarlo era como escuchar el rasguñar de una uña sobre el cristal.
Sosteniendo su pesada cabeza, descubrí que era cierto, la mirada de dolor ya no estaba en sus ojos ni en su respiración. Nuestro bebé gigante ya no sentía el traspasar de cientos de clavos en su espalda, aunque sus patas parecían no despertar de un sueño entumecido.
-Lorenzo es un valiente- dijo el médico asistente.
-Sí, es estoico en la forma de vivir el sufrimiento- agregó el cirujano. –Pero, va a recuperarse casi por completo, si son constantes en sus cuidados y terapias. Como ya les dije, viene mucho trabajo todavía. Esto es sólo el comienzo de su recuperación.
Lorenzo, como entendiendo que lo que seguía estaba fuera de esos muros, nos apuraba para salir y subir al auto.
No queríamos hacerlo esperar y lo acompañamos hasta que subió al auto donde se tendió para continuar el sueño de la anestesia interrumpido.
-¿Listo, Lorenzo?- le pregunté al poner el auto en marcha. Y, a pesar de su silencio, supe que lo estaba, no sólo para marcharnos sino para iniciar juntos el azaroso camino de su restauración.