Después de que la vida de Lorenzo ha tenido pausas y muchas escalas,
en los últimos tiempos las cosas han cambiado y, contra toda expectativa, ahora
vive a la carrera.
La rutina al despertar es tan vigorosa, que a duras penas incluye
algún bostezo y no admite el tiempo de estirarse antes de abandonar la cama. El
desayuno, ajeno a las costumbres perrunas, carece de interés sino hasta después
del prolongado paseo matutino. Y, lo que otros perros logran seduciendo con un
alegre mover de rabo, Lorenzo lo exige con brincoteos, a la manera de las
cabras, acompañados por ladridos con volumen de megáfono.
Cada mañana, antes de cruzar la puerta de la casa, por lo menos
recorre tres veces, de ida y vuelta, la distancia entre su cama y mi habitación
para mostrar su prisa. Y, sin recordar sus propias dimensiones, convierte el
trayecto en una pista, siempre en riesgo de ampliar sus linderos con algún
empellón contra los muebles.
¡Nada es capaz de apagar su explosión de gozo cuando es hora de
correr! La correa es la señal que enciende los resortes que lo hacen saltar,
recular y retozar como un cachorro alocado.
Tal vez ahí está la respuesta para sus nuevas y desbordadas costumbres.
El cachorro dentro Lorenzo, aquel que no tuvo tiempo de jugar, ahora tiene prisa.
Sí, tiene urgencia de juguetear y andar a la carrera sobre todo aquello que
dejó pendiente. Quizás venga de ahí tanta energía, pues mucha fue la que guardó
durante el largo tiempo en que su cuerpo se ocupó en resurgir.
Así que, ¡vengan las carreras, mi Lorenzo! Porque hay tiempo de sufrir
y hay tiempo de gozar. Hay tiempo de sanar y otro tiempo, ese que ahora tienes,
para vivir en plenitud correteando por la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario