miércoles, 3 de agosto de 2011

"Paciencia"

En menos de una semana, dos cosas se empezaron a agotar: la paciencia y la esperanza.
Aunque las veladas de lamentos y el dolor se habían ido, verlo con medio cuerpo rapado y una cicatriz que simulaba un ciempiés me llenaba de impaciencia y dudas.
Su andar más parecía el de un anciano perro que el de un cachorro de apenas 7 meses de nacido. Con su enorme estatura y el bamboleo, era como ver una torre de bloques armado por un niño, ¡siempre a punto de caer de lado!
Buscando resignación donde no la había, llené nuestro tiempo de mimos  y cuidados. La forma dócil con la que permitía que hiciéramos sus curaciones me redargüía la conciencia. ¿Cómo hacía Lorenzo para no perder su buen humor? Y su confianza llegó al extremo. ¡Ni siquiera tenía que corretearlo para tomar sus pastillas y medicinas de sabor ríspido!
Los días transcurrieron y llegó el tiempo para retirar las puntadas. En un viaje rápido a la ciudad de Querétaro, se dio la primera revisión después de la cirugía y la última curación. Complacido, el médico lo envió a casa con menos medicamentos y cuidados. Eso sí, con nuevas recomendaciones sobre la constancia y la paciencia. ¿Por qué insistían tanto en la paciencia cuando ni siquiera daba una receta para saber donde encontrarla?
Después de un aislamiento forzado para evitar infecciones y accidentes por un empellón de algún otro de los daneses, Lorenzo volvió a su casa por primera vez.
Isis, su compañera de juegos, una cachorra negra y juguetona, le salió al encuentro. Incluso el pequeño Gominolo (el “impostor”) se alegró de verlo también. La comitiva de bienvenida corrió por el jardín y, Lorenzo, como entendiendo el motivo, se entusiasmó al verlos. . . tanto que, por primera vez desde el accidente, se aventuró a seguirlos en la alegre carrera con un paso que se asemejaba a un trote saltarín.
El verlo juguetear con la cabeza y esforzarse por bailar al caminar para demostrar el gusto del regreso al hogar con su familia, me llenó de emoción y de esperanza.
Si Lorenzo era feliz, a pesar de su condición, ¿qué derecho tenía mi corazón de vivir con amargura?
Me llevé el recuerdo a casa para paladearlo como un buen café a sorbos. Verlo rodeado de quien le ayudaba a disfrutar su vida y del cariño de su dueña eran suficientes razones para recuperar los anhelos y el gozo por tener a nuestro amado Lorenzo. ¿Qué más lección de contentamiento podía darme?

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