martes, 2 de agosto de 2011

"Fondo"

La silla parecía endurecerse a cada minuto que pasaba en la sala de espera y mi espalda reclamaba. El tiempo pactado se prolongaba y un silencio denso sepultó las conversaciones entre mi hija y yo. A pesar del café, agua, refresco y galletas, un crujir me surgía a la altura del esternón.
Los pasos en la escalera a nuestras espaldas nos sacaron de las sillas y cuatro ojos se clavaron en el rostro del médico.
-¡Todo muy bien con Lorenzo!- anunció, frotándose las palmas, -no hubo daño en el nervio y la vértebra no presentaba tejido necrosado, afortunadamente, o hubiéramos tenido que retirar una parte del hueso. 
-¿Y, cómo ésta él?- pregunté, sintiendo que mi cuerpo se aligeró.
-Lorenzo, desde el momento en que quitamos lo que presionaba el nervio, ya está sin dolor.
Mi risita entre los dientes fue inevitable. ¡No más sufrimiento para Lorenzo!, pensé, ya no lo escucharía, con impotencia, lamentarse día y noche.
-Entonces, ¿va a estar bien? ¿Ya no tiene riesgos?- asalté nuevamente al médico, sin despegar mis ojos de su rostro, por si algún gesto delatara que hubiera una verdad oculta.
-Sí, Lorenzo estará muy bien- dijo sonriendo,- pero, el camino es largo y de mucho, mucho trabajo y constancia.
Poco más de una hora y media después, dando traspiés como quien ha tomado muchas copas de vino, Lorenzo llegó a la sala donde lo esperábamos. Sus patas traseras dudaban a cada paso y, más de una vez, pensé que caería al suelo.
El otrora bello Lorenzo lucía terrible. El verlo con media espalda totalmente rapada y una cicatriz de casi un pié de largo y nudos azulosos a cada centímetro sobre su piel rosada de antiséptico y sangre seca, hizo que un calambre recorriera toda mi piel. Mirarlo era como escuchar el rasguñar de una uña sobre el cristal.
Sosteniendo su pesada cabeza, descubrí que era cierto, la mirada de dolor ya no estaba en sus ojos ni en su respiración. Nuestro bebé gigante ya no sentía el traspasar de cientos de clavos en su espalda, aunque sus patas parecían no despertar de un sueño entumecido.
-Lorenzo es un valiente- dijo el médico asistente.
-Sí, es estoico en la forma de vivir el sufrimiento- agregó el cirujano. –Pero, va a recuperarse casi por completo, si son constantes en sus cuidados y terapias. Como ya les dije, viene mucho trabajo todavía. Esto es sólo el comienzo de su recuperación.
Lorenzo, como entendiendo que lo que seguía estaba fuera de esos muros, nos apuraba para salir y subir al auto.
No queríamos hacerlo esperar y lo acompañamos hasta que subió al auto donde se tendió para continuar el sueño de la anestesia interrumpido.
-¿Listo, Lorenzo?- le pregunté al poner el auto en marcha. Y, a pesar de su silencio, supe que lo estaba, no sólo para marcharnos sino para iniciar juntos el azaroso camino de su restauración.

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