sábado, 20 de agosto de 2011

"Perseverancia"


Con la paciencia casi agotada por los avances tan lentos, llegó el tiempo de la perseverancia y el trabajo duro. Lorenzo, entusiasmado por trepar a la camioneta e ir de paseo, no chistó ni un segundo en seguir el ligero impulso de la correa y disfrutar el trayecto mientras llegábamos a nuestro destino.
Como toda primera vez, mi hija y yo titubeamos sobre la forma de hacer las cosas hasta que coincidimos en que, lo mejor sería, usar el chaleco de natación de mi nieto para la terapia inicial. Intuyendo que algo estaba pasando, Lorenzo decidió que mejor se retiraba e intentó salir llevándome cual papalote al final de la correa.
Haciendo uso de mi escasa fuerza e intentando persuadirlo para que me siguiera, logré llevarlo hasta la piscina en el interior de la casa e iniciar sus ejercicios para fortalecer sus cuartos traseros. Al sentirse tan cerca del agua, Lorenzo me miró casi como diciendo: ¡Soy danés, no labrador! Pero, a pesar de la compasión por sus ojitos incrédulos, lo fui empujando hasta que cayó al agua donde mi hija ya lo esperaba para sostenerlo en brazos.
Entre la sorpresa y la desesperación por huir de la torturante sensación del agua, agitó sus enormes manos empapándonos a todos mientras, con sus patas traseras, buscaba apoyo para avanzar hacia la orilla.
Mi hija, hablándole suavemente y orientándolo en el pataleo, poco a poco logró tranquilizarlo y el pataleo comenzó a tomar un ritmo más regular y pausado. A pesar de eso, puedo asegurar por la forma de salir precipitadamente del estanque, no lo disfrutó y por su manera de pasarme de largo sin siquiera voltear a verme, comprendí que estaba enfadado, ¡realmente muy enfadado!
Corriendo tras él, logré retirarle el chaleco para frotarlo vigorosamente mientras le hablaba. Pero, cual novio ofendido, ignoraba mis arrumacos sin separarse de la puerta de la camioneta a la que saltó en cuanto abrimos la portezuela.
Ese día comprendí que, no porque amemos a alguien, podemos dejar de hacer lo necesario por su bien. Y ese mismo día, también aprendí, que debía apreciar los “sís” de Lorenzo al descubrir que, también, ¡me haría saber sus “nos”!

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