martes, 23 de agosto de 2011

"Superficie"


Sentadas en un café, mi hija y yo observábamos a Lorenzo a través de la ventana quien, por reglas de restaurante, no podía acompañarnos adentro. Mientras el enorme “güero” miraba sentado a la gente pasar, nosotras conversábamos y desayunábamos sin prisa.
Por un momento, la cercanía de un grupo de personas llamó nuestra atención y nos dimos cuenta de que una mujer mayor, acompañada de la que parecía su hija, se había quedado frente a Lorenzo para hablarle y acariciarlo. Ella, con el cabello completamente blanco, pasó su mano sobre la enorme cabeza mientras él entrecerraba los ojos, complacido. “¡Pero mira que ojos tan azules tienes, precioso!”, le dijo. La voz dulce y sincera me llenó de ternura. Lorenzo, no hizo el menor intento de ponerse en pie, deleitándose con los cariños de aquella desconocida. Mi hija, a su solicitud, le entregó una tarjeta informándole que habría camadas de Lorenzo para el fin de año. Al escuchar el anuncio, la señora sonrió y guardó la tarjeta con la información en su bolso.
Hoy, dos días después, fue mi turno de hacer la caminata de rehabilitación con Lorenzo. A casi 40 días de la cirugía, ya logra hasta 30 minutos del doloroso recorrido a  pesar de que sus patas traseras aún no recuperan la masa muscular perdida y la coordinación normal. Por su enorme tamaño y sus ojos azules, poca gente puede resistir la tentación de voltear a verlo. Sólo que esa mañana, a diferencia de la mujer que lo acarició días atrás, los transeúntes, al verlo andar con un garbo extraño, desvían la vista y ya no intentan mimarlo ni acariciarlo.
Una punzada en el corazón me hiere al darme cuenta de que, siendo el mismísimo perro, la gente sólo ve su impronta, la superficie y por su prejuicio, decide no acercarse. Mientras continuamos la caminata, Lorenzo se esfuerza y, de vez en vez, mi mira para indicarme que necesita un mimo para recobrar el ánimo. 
Nuestro solitario andar me hace pensar que, muchas veces, los seres humanos hacemos lo mismo con aquellas personas que, por un incidente o de nacimiento, son distintas. ¿Acaso no las marginamos y hasta evitamos mirarlos en nuestro afán de querer ignorar su existencia? ¿No es injusto que las clasifiquemos o descartemos sin muchos remordimientos?
Sigo encontrando en Lorenzo al maestro que me recuerda con su andar rengueado: “Mira con los ojos del corazón y ¡busca en la gente más adentro para encontrar su verdadero valor! y, si te es posible, prodígales una caricia que les asegure que, su valía, no está en la superficie”.

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