Me gustan los días nublados, de esos donde un rayo de sol ilumina el paisaje dejando el ambiente fresco y la humedad aviva los verdes contrastando la tierra mojada. Y, parece ser, a Lorenzo también. Hoy, feliz, no dejaba de caminar, alternando uno que otro trote recorriendo los cientos de metros de tierra plana que rodean el jardín.
¡Que deleite es verlo caminar y disfrutar del movimiento otra vez! Ya han pasado tres meses desde la cirugía y, día a día, sus patas y su cadera van recordando la forma de andar.
Complacida sonrío y pasan por mi mente, en un instante, un sinfín de escenas desde que Lorenzo y yo buscamos ayuda después del accidente hasta ese cuadro con Lorenzo, bello y feliz, caminando rodeado de plantas silvestres que mezclan toda la variedad de verdes naturales.
Al girar la cabeza, Lorenzo se topa con mi mirada y se detiene. Cambia su rumbo para acercarse hasta donde yo, sin prisas, lo observo. Sólo unos metros nos separan cuando, sin dudar, se detiene para olisquear una mata de buganvilia de apenas 50 centímetros de altura y, con lo que parece casi un cuidadoso acto circense, Lorenzo se apoya en tres patas para levantar, por breves segundos y unos cuantos centímetros, la pata derecha junto al arbusto de flores moradas.
¡Lorenzo! ¡Mi Lorenzo!- grité, aplaudiendo y saltando,- ¡Acabas de levantar la pata, Lorenzo!
Festejando a solas con él, que trotó hasta mí al escuchar mis alabanzas, lo abrazó por el cuello y recordé una frase dicha en un momento histórico: “Es un pequeño paso para el hombre y un gran salto para la humanidad”.
Sus esfuerzos y valor, la perseverancia de mi hija más la esperanza a la que todos nos habíamos abrazado estaba comenzando a dar sus primeros frutos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario