Aún sentía como la piel se me erizaba al revivir en la memoria los recorridos, de un hospital a otro, con mi hija enferma de gravedad y, ahora con Lorenzo, se abría ante mí un nuevo capítulo que iniciaba con la primera complicación: ¿Cómo subir al auto a un perro de 40 kilos que gime de dolor de sólo mirarlo? ¡Mi alma se sobrecogió de compasión!
Acercando la camioneta lo más posible, llamé a Lorenzo que no dejaba de silbar con sus gemidos. Sus ojos me pedían ayuda con la agonía del dolor insoportable mientras yo intentaba tranquilizarlo y concentrarme para decidir mis pasos siguientes.
-Necesito que me ayudes, chiquito,- le pedí mientras tomaba su rostro entre mis manos –tenemos que hacerlo juntos.
Con un suave jalón de la correa, Lorenzo comprendió lo que esperaba de él y con andar tambaleante comenzó a seguirme, gimiendo al ritmo de cada paso que lo acercaba a la cajuela abierta.
“¿Cómo lograré levantarlo sin lastimarlo más?”, pensaba con desesperación e impotencia. Sólo para darme cuenta de que, a pesar del sufrimiento, Lorenzo avanzó y con un gemido que me estremeció, logró subir ambas manos deteniéndose para recibir ayuda. Me apresuré a levantar el resto del cuerpo que tembló de dolor entre mis brazos.
Entrar al auto se convirtió en una proeza no sólo para Lorenzo sino para mí también. Las piernas no me respondían al sentir el asalto de las imágenes recientes del sufrimiento de mi hija y mi corazón intuía que lo que estaba sucediendo con Lorenzo tampoco sería algo fácil de librar. Lágrimas se agolpaban en mi garganta, lágrimas que seguramente Lorenzo derramaba tendido en la cajuela de la camioneta.
-¡Vas a estar bien!- repetía entre sollozos ahogados, aunque sabía que Lorenzo no me escuchaba, -¡Tienes que estar bien!
Encendí la camioneta aún sin lograr definir nuestro destino. Avancé con suavidad, tratando de librar el suelo que pudiera sacudir al vehículo y provocar en Lorenzo aún más dolor.
Nublada la vista por mi llanto, nos echamos al camino de la incertidumbre para enfrentar el futuro juntos, Lorenzo y yo, asidos al recuerdo de mi Nena que yacía en la cama de un hospital luchando su propia batalla.
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