domingo, 10 de julio de 2011

"Respuestas"

Apenas unos kilómetros y ya había hecho una decena de paradas recorriendo San Juan del Río en busca de Onix, la calle que podría traernos una respuesta. En vez de eso, las respuestas que recibíamos, el taxista que intentaba guiarme y yo, sólo nos confirmaban que la mentada calle podría estar en cualquier colonia o en ninguna. El hombre del taxi viendo mi desaliento, finalmente, se atrevió a sugerirme: “Yo conozco una clínica y no está lejos. . . si quiere, vamos para allá”.
Agotadas mis fuerzas y mis opciones, acaricié la cabeza de Lorenzo que no dejaba de temblar, me monté en el auto y acepté siguiéndolo a toda velocidad en su propuesta. En cortos minutos, que me seguían pareciendo interminables, llegamos hasta una casa azul adaptada como clínica veterinaria. En cuanto entré, un joven médico me abordó y, en palabras tropezadas le expliqué mi emergencia. Adelantándose y llamando a otro muchacho a su paso, llegó hasta la camioneta y me apresuré para abrir la puerta. Ahí seguía Lorenzo, estremeciéndose de dolor. Nuestras miradas se cruzaron. Mis ojos se nublaron cuando clavó sus ojitos en los míos como diciendo: ¡Confío en ti!
El viejo reto de moverse y ponerse en pie fue necesario una vez más. Al llamado suave de mi voz, Lorenzo aulló y bajó rápidamente, cayendo sobre su cuarto trasero debilitado e incapaz de sostener sus casi 40 kilos.  Arrodillada junto a él lo abracé y, con lentitud y gemidos, se puso en pie para caminar entre tambaleos al interior del lugar.
Con manos respetuosas y firmes, el veterinario asistente comenzó a revisarlo para, minutos después, darnos la primera buena noticia: Esto no es torsión gástrica. Si fuera eso, el vientre estaría hinchado y no habría aceptado que lo palpara como lo hice. De todos modos. . .
La explicación continuó como un murmullo mientras yo, hincada frente a Lorenzo quien buscaba un poco de descanso al insoportable dolor sentándose, le acariciaba las orejas musitándole al oído: ¡Ahora tenemos tiempo, mi Lorenzo! ¡Ya tenemos más tiempo, Chiquito! ¡Es todo lo que necesitamos. . . tiempo!
El botón del cronómetro activado por la amenaza de una torsión gástrica se apagó e inició un metrónomo, de ritmo mucho más lento y al que Lorenzo me enseñaría a seguir: “La Paciencia”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario