Apenas las 9 de la mañana y el calor ya causaba estragos a todos excepto a mí. No sólo por la cirugía de Lorenzo, mi estómago parecía un pequeño motor encendido. También, por primera vez, mi hija viajaría sentada en el auto por más de 45 minutos después de haber permanecido semanas enteras en completo reposo. A pesar de mi nerviosismo por ello, no me atreví a impedirle que nos acompañara, a Lorenzo y a mí, hasta la ciudad donde nos encontraríamos con el cirujano especialista.

Calculando el momento de la llegada del cirujano en jefe, el médico ayudante, hablando a Lorenzo para ganar su confianza y tranquilizarlo, se lo llevó al consultorio para prepararlo sin prisas, cuidando la higiene en extremo.
Las memorias de semanas atrás, sentada en una sala de espera, sacudieron mi ánimo por demás tambaleante. Esta vez, pensé, tocaba el turno a mi hija de ser acompañante durante el tiempo del procedimiento.
Treinta minutos después de la hora inicialmente señalada, llegó el médico especialista. Acompañado de otros dos médicos practicantes y un ayudante, entró al hospital llevando un enorme maletín con su instrumental. Los tres veterinarios, sumados a los tres que ya esperaban en el quirófano, aquello parecía, más que una cirugía, la corte de un rey, el rey Sol, porque. . . ¿He mencionado que Lorenzo significa “Sol”?
Todos y cada uno de los que intervendrían en la operación sabían el nombre del paciente. Incluso algunos, se referían a él con tanta familiaridad e interés que, mi infantil temor por saberlo sólo entre tantos extraños, se desvaneció.
La clínica cerró sus puertas. Los teléfonos quedaron sin atención. Todos. . . médicos, asistentes y familiares, a partir de ese momento, se unían en una sola causa común: Lorenzo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario