sábado, 2 de julio de 2011

"Sí, pero. . .¡No!

Las semanas tras su llegada pasaron rápidamente. Desde el primer día, Lorenzo se dio a la tarea de integrarse a su nuevo hogar, encontrar su lugar en el sistema familiar y darse a querer con todos los que pasaban frente a su nariz rosada.  Comer, crecer y jugar se convirtieron en las tres actividades que llenaban su vida. O, al menos, eso pensó él.
Un buen día, después de días de mimos y cuidados especiales que disfrutó con holgura, se encontró en la cajuela de la camioneta para, lo que supuso él, un paseo. Sin imaginar que iba al encuentro de una faceta importante de su vida: las competencias.
A pesar de su gran tamaño, aún llevaba consigo el corazón de cachorro que finalmente seguía siendo y, el ir y venir de otros perros, verse confinado por espacios de tiempo atrás de la jaula y las miradas de extraños que se detenían a hablarle, lo inquietaron confirmándole que algo distinto le deparaba aquel lugar. Sólo la presencia de su dueña le infundía confianza.
El tiempo de pisar el ring llegó. Con prontitud el manejador se alistó y los latidos en el pecho de mi hija se aceleraron. Toda la expectación acumulada para ese día la llenaron de nerviosismo.
Lorenzo, desconociendo los planes de quienes lo rodeaban, salió de la jaula sólo para hacerle saber al manejador que, ¡Sí. . .entraría al ring. . . pero no con él!
Haciendo uso de su peso y estatura, el cachorro impuso su decisión obligando a dueña y manejador a aceptarla sin concesiones. Mi hija, reconociendo que Lorenzo tenía las de ganar, se apresuró a tomar la correa para acompañar al determinante perro en la experiencia de salir a la pasarela.
Con el corto entrenamiento previo, la inexperiencia de la improvisada manejadora y su novatez, iniciaron la aventura de la que salieron, no sólo airosos sino victoriosos al recibir Lorenzo el premio como “Mejor cachorro B de la raza”.
Fue para muchos una mañana de sorpresas y no sólo por el resultado de la contienda, pues, ¿quién hubiera dicho que la mansedumbre de Lorenzo, más que por definición y temperamento, era realmente por su decisión?
Ese día Lorenzo me recordó que, al igual que la gente apacible, jamás debía olvidar que él también tenía sus límites y que tendríamos que aprender a reconocerlos.

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