Lorenzo, apaciguado por la anestesia, la revisión y los cambios de postura para la toma de placas, los vivió inconsciente y. . . a solas. Con la premura de volver al hospital para atender a mi hija, tuve que dejarlo en manos de los médicos y confiar en que mi esposo lo recogiera para volver para hospedarse en mi casa.
Con instrucciones sobre el tratamiento y la confirmación de que no hubiera torsión gástrica, Lorenzo regresó con los dolores mitigados por los analgésicos. Mientras hacía una escala en la estética para un baño, los medicamentos fueron perdiendo su efecto y comenzó a estremecerse de dolor. El médico, al verlo padecer, tomó la iniciativa de revisarlo y hacer nuevas placas sugiriendo que la lesión diagnosticada como “esguince” no correspondía al grado de dolor del perro, recomendando contactar un especialista para descartar la posibilidad de una displasia de cadera de primer grado.
-¡Displasia!- se sorprendió mi hija,-¡eso implicaría que Lorenzo quedaría inservible para crianza y competencia! Además, esa es una terrible noticia para el criadero.
Su conclusión, por demás acertada, no incluía algo aún más dramático. De confirmarse la displasia, a tan temprana edad, Lorenzo tendría una expectativa de vida con permanentes dolores y, siendo un problema degenerativo, difícilmente lograría tener una calidad de vida medianamente aceptable. Ante ese panorama, por humanidad, el médico recomendaría acabar con el sufrimiento de Lorenzo durmiéndolo.
A pesar de tener que permanecer tendida en la cama del hospital, mi hija se dio a la tarea de investigar, junto con el criador extranjero, si existía algún antecedente de displasia en el linaje de Lorenzo mientras, mi esposo y yo, buscábamos al mejor especialista en México para atenderlo.

Con la cita configurada, medicamentos para el control del dolor y con la confirmación de que el linaje de Lorenzo era impecable de displasia comenzó la espera.
Al mirar al mermado gigante tendido en el cojín gimiendo, una imagen fatal surgía en mi mente: La guillotina de una decisión inevitable amenazando con cortar la vida de Lorenzo.
SOLO DE IMAGINAR A ALGUNO DE MIS PEQUEÑOS GIGANTES EN ESA SITUACIÓN ME PARTE EL CORAZÓN¡¡ !_! CRY ...
ResponderEliminarEs cierto, verlos sufrir de esa forma, hace inevitable que nuestro corazón reaccione junto a ellos. Pero, estos perros son estoicos y por ello nos enseñan tanto.
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